Por Omar Bravo
La inminente opción electoral, ahora reducida a elegir entre Daniel Scioli o Mauricio Macri, simplifica sólo en la superficie un dilema que en su interior contiene agitadas corrientes profundas –diría Ernesto Sábato-, en la que colisionan el viejo y el nuevo siglo, sus variables políticas, económica y social, pero también intensamente cultural, tecnológica y comunicacional.
Así, la novedad absoluta de un balotaje llega después de doce años de gobiernos peronistas hegemonizados por el kirchnerismo, Néstor y luego dos veces Cristina. Pero a su obra de gobierno, de innegables avances y realizaciones, puede sucederle una fuerza política que es la absoluta contracara del PJ en cualquiera de sus versiones.
¿Qué sucedió? Para los oficialistas críticos, se descuidó a una parte de la tropa propia; el macrismo (y también Sergio Massa), sólo lo explican desde el latiguillo “la gente quiere un cambio”; los encuestadores por su parte admiten que “algo sucede en la sociedad que nosotros no captamos”. Parece más sensato.
Lo no captado, tal vez con metodologías caducas, es el impacto que nuevos tiempos y nuevos eventos (el balotaje) ocasionan en la sociedad en su amplitud y se trasladan al aparato psíquico del individuo que debe decidir en medio de la complejidad de la coyuntura.
La historia electoral reciente indica que al peronismo unido resulta difícil vencerlo. Con fugas o exclusiones, el 25 de octubre sacó tres puntos de ventaja, aunque obviamente, se esperaba una diferencia mayor. Con doce años en el poder mantuvo alta competitividad, aunque con De la Sota, los Rodríguez Saá y Moyano adentro, potencialmente podría haber sido distinto.
Daniel Scioli representará el 22 el papel más difícil de su vida política. Un rol en el que debe recoger lo mejor y lo peor de esos doce años, y como la paridad lo indica, deberá sufrirlo hasta el domingo a la noche, incluso ganando la presidencia. Y es más que probable, que después también.
Lo nuevo, lo complejo, también produce paradojas. Una parte importante del segmento social que ‘quiere cambios’, el que podría darle el premio a Macri, se generó al calor de las políticas de los tres gobiernos kirchneristas, en especial en materia de empleo y salarios.
La vigente sociedad del capitalismo financiero, con su explosión tecnológica y sus nuevas formas de comunicación, ejerce alta influencia sobre un sujeto que, volcado al consumo y a cierto individualismo, rompe con antiguas prácticas políticas y sociales, para adoptar decisiones personalísimas, incomprensibles para las viejas generaciones.
En otro contexto, ya sucedió con la Europa de posguerra. Allí las nuevas generaciones post Plan Marshall, se desmarcaron de sus padres víctimas de la tragedia bélica, enarbolaron sus propias demandas y produjeron, por ejemplo, el Mayo Francés del ’68.
Pero la lucha electoral en Argentina se dará en un contexto sudamericano donde las fuerzas de centro derecha luchan, hasta ahora en vano, por desalojar del poder a lo que llaman, gobiernos populistas, calificativo justamente de cuño europeo. Nuevos y viejos actores sólo tienen por delante un desafío: resolverlo.
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