Si uno va y clickea la noticia de los estudiantes muertos en Valparaíso y revisa los 100 primeros comentarios en los foros de los grandes portales de Chile, podrá encontrar una discusión absurda, pero caliente entre los que dan la razón a quien les disparó, por estar protegiendo su propiedad, y los que de vuelta le gritan enfermo.
Los ánimos se caldean en Santiago y en las provincias cuando falta una semana de la cuenta anual de la presidenta Bachelet el 21 de mayo, que es justamente en el Congreso Nacional, a nueve cuadras de donde ayer ocurrió el asesinato de los jóvenes.
Se suponía que el debate público en 2015 sería el de las grandes reformas, que la ciudadanía estaría civilizadamente poniéndose de acuerdo en temas como aborto, nueva Constitución, tributos, educación, leyes de igualdad. Los escándalos de corrupción, la cirugía total que hizo Bachelet en su equipo de ministros para dialogar más con el centro y ahora la violencia a partir de protestas masivas, como ocurrió en 2011, hicieron desaparecer esos grandes temas.
La presidenta instaló un nuevo gabinete para dialogar, pero sucede lo violento de esta jornada que no hace muy efectivo sentarse a conversar. Las muertes de Diego y de Ezequiel se suman a los desastres naturales y las erupciones volcánicas que no dejan gobernar con el acelerador a fondo a la jefa del Estado.
El segundo mandato de Bachelet es un gobierno que ha tenido que dar dos golpes de timón en poco tiempo para adquirir fortaleza, para no mostrar que tiene paredes de cristal y un par de tejas de vidrio. Con las muertes en Valparaíso tendrá un terrible dilema: definir si cae o no con todo el rigor contra el joven que disparó, y eso significa actuar decididamente, no titubear, que es precisamente lo que le van a exigir a la mujer fuerte que no puede mostrarse débil.
Luego, como un domador de fieras, el nuevo jefe del gabinete, Jorge Burgos, tendrá que controlar al movimiento social para que otra marcha, si es que la autoriza tan fácilmente, no vuelva a escapársele de las manos. A Rodrigo Peñailillo, el delfín de Bachelet, lo culparon por la tardía reacción de la mandataria en el caso "nueragate", que involucró a su hijo en un escándalo de especulación inmobiliaria. Burgos, por lo tanto, tendrá la tarea de hacer inteligencia y adelantarse. No puede permitir ni siquiera que Santiago vuelva a estar irrespirable con el gas lacrimógeno, como ocurrió ayer.
El flanco de la violencia puede no solo arruinar la agenda del gobierno, sino también dar pie a que los movimientos sociales sigan creciendo y, ante el descrédito total de la política, se amplifique la crisis a las instituciones. La diferencia con 2011 es que ahora la ciudadanía sabe perfectamente cómo fue engañada, luego de destaparse uno tras otro los casos de financiación "trucha" de campaña, y no encontrará resistencia moral ni argumentos en lugares como los partidos políticos o el Congreso.
Un buen problema es el que tiene Bachelet y sus nuevas piezas de gobierno. En la radio, ayer, una oyente comentaba que le gusta la presidenta, pero que ya no cree que la mano dura sea tan dura o que las leyes para la probidad vayan a ser tan transparentes. Lo dijo a propósito de una noticia: que la primera sesión de la comisión de los diputados que evalúa la agenda protransparencia lo hizo, como nunca antes, a puertas cerradas. La oyente vio entonces que las cosas no están del todo bajo control..
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