El estigma K los separa, pero sus discursos tienen más puntos en común que sus posicionamientos. Con Massa en modo avión, son los ¿dos caminos? de un PJ groggy.
Por César Pucheta
Axel Kicillof y Martín Llaryora se preparan para un doble desafío que los tendrá como protagonistas, en el centro de las miradas de toda la clase política nacional. Por un lado, deberán gobernar las dos provincias más grandes del país en medio de un clima general de crisis. A la par del futuro de la Argentina, ambos mandatarios también observan el devenir del peronismo, la maquinaria empastada que resultó la gran derrotada en las elecciones de este año.
Desde los discursos de la misma campaña se desprende que el cordobés tiene intenciones de encabezar lo que con Juan Schiaretti imaginaron como una reestructuración del peronismo. En ese plan, de hecho, evaluaron como ideal una derrota de Kicillof en el principal bastión electoral del país. De los mandatarios que juegan dentro de sus estructuras del PJ, Llaryora y Kicillof son los dirigentes más jóvenes. El reelecto en la provincia de Buenos Aires tiene 52 años, apenas uno más que el cordobés. En ese sentido, comparten una generación dirigencial a la que el devenir de la historia obligó a hacerse cargo de comandar una etapa de renovación general que empieza por sus distritos, para luego trasladarse a sus estructuras partidarias y, en última instancia, al país.
En ese juego de contemporaneidades también hay que sumar a Sergio Massa, el candidato a presidente de Unión por la Patria que tras haber perdido con Javier Milei todavía se encuentra en modo avión y nadie se anima a aventurar cuál será el rol que asumirá en los tiempos inmediatos. El de Tigre tiene la misma edad que Llaryora, al que conoce muy bien desde hace mucho tiempo.
Primer límite
El contexto obliga a Llaryora ser más elegante a la hora de relacionarse con el gobierno nacional. Tiene que lograr afianzar su relación con un electorado cordobés que votó masivamente a Milei en la segunda vuelta y construir un diálogo cordial con el libertario que permita que la motosierra llegue con menos filo al centro del país. En Buenos Aires, Milei salió tercero en agosto y octubre y segundo cuando sólo enfrentó a Massa, en parte por un gobernador que se encargó de marcar las distancias con el libertario de modo permanente.
En esa estrategia, Llaryora juega con un arma de doble filo. Pide que Milei “cumpla con las promesas que les hizo a los cordobeses”, pero no sabe cómo impactará el recorte en los subsidios que empezarán a regir a partir de enero. Aunque el ministro de Economía, Toto Caputo, ya avisó que trabajaría por terminar con “la inequidad entre el AMBA y el resto del país”, no está del todo claro que la situación no siga empujando los costos en el centro del país, más allá de lo que puedan elevarse en el conurbano.
En su discurso de asunción, dijo que Córdoba iba a “ayudar” al gobierno nacional, aunque aclaró que iba a seguir apostando al desarrollo de la obra pública y a defender el rol del Estado en educación y salud. “Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, dice la frase del alemán Willy Brandt que Schiaretti destaca en su manual de estilo. Llaryora se bajó el sueldo y achicó el gabinete para linkear con los tiempos libertarios, aunque no está dispuesto a ceder en lo que a la dominación absoluta del mercado se refiere. En ese punto, la coincidencia con Kicillof, férreo defensor del Estado presente, es casi total. Básicamente, peronismo.
Una cuestión de fondos
Como casi todos los gobernadores del país, Kicillof y Llaryora chocarán con la administración libertaria al momento de discutir el reparto de dinero que servirá para que la rueda de cada una de las provincias siga girando. Ambos ya expusieron esos reclamos públicamente, con estrategias diferentes, hijas del territorio sobre el que a cada uno le toca maniobrar.
En los dos relatos hay un argumento que parte de la idea de “discriminación”. Kicillof ya abrió el debate sobre la coparticipación y Llaryora, en continuidad con los reclamos históricos de Schiaretti y José Manuel de la Sota, reclama por una mayor asistencia y un reparto más equitativo. El cordobés también pide terminar con las retenciones y que el gobierno nacional regularice la deuda que sostiene con la Caja de Jubilaciones de la provincia. “Es lo que corresponde”, repiten en ambos tinglados. La particularidad en este punto es que los sectores opositores nunca se animan a poner en cuestionamiento esos reclamos. Es más, salvo contadísimas excepciones, lo acompañan.
Córdoba y Buenos Aires, en ese orden, son las dos provincias con menos cantidad de empleados públicos del país. Ese argumento, también espejado, se utiliza para chocar contra el evangelio libertario que machaca con la necesidad de reducción del gasto público apuntando contra el personal estatal.
Esta semana, la coincidencia sobre la necesidad de fondos nacionales también encontró su punto de contacto en torno a las políticas de Seguridad. Llaryora envió un ambicioso plan que proyecta la creación de nuevas dependencias judiciales, institutos de capacitación y guardias locales, entre otros puntos que se pondrán a discusión la próxima semana en la Legislatura cordobesa. Para eso se necesita plata, algo que también destacó el gobernador de Buenos Aires al participar del acto por el aniversario de la fuerza bonaerense. “Las respuestas llegan con inversión, planificación y profesionalización de nuestra fuerza”, dijo Kicillof.
Las dos provincias tienen nuevos ministros: Javier Alonso en Buenos Aires y Juan Pablo Quinteros en Córdoba. Ambos pusieron en funciones a las nuevas jefaturas esta semana. Los dos solicitaron audiencias con la ministra Patricia Bullrich para poder empezar a coordinar acciones en cada uno de los distritos. Alonso se reúne esta semana, Quinteros todavía no obtuvo respuesta.
La otra herencia
Presentándose como la continuidad del cordobesismo, ahora renombrado Partido Cordobés, Llaryora tiene cancelada la posibilidad de echar mano a lo que el manual básico del gobernante recién llegado indica como principal argumento para explicar los momentos críticos: la herencia recibida. Kicillof casi que tampoco, pero el bonaerense suele espejar sus acciones de gobierno en la gestión de María Eugenia Vidal, con la que todo el tiempo marca distancias.
Al igual que con la relación con Milei, Kicillof cuenta con esa ventaja de poder echar mano a una experiencia cercana para contrastar políticas y resultados. Llayora, aunque quisiera, no puede romper lanzas con el peronismo cordobés, que incluso es la base de su equipo de gestión. Allí hay otra coincidencia con el gobernador bonaerense, que asumió con Cristina Fernández de Kirchner en el palco principal de la Legislatura.
Ninguno de los dos reniega abiertamente de sus mentores políticos, CFK y Schiaretti, pero en su fuero estratégico más íntimo saben que necesitan trascenderlos para poder pensarse proyectivamente en un país que el gobierno de Milei está decidido a resetear. Esa tensión se identifica en la conformación de sus gabinetes, en donde los dos tuvieron que combinar ese pasado que resiste con un sello propio con el que buscan marcar su signo distintivo.
“Hay que componer una nueva canción”, dijo el exministro de Economía en medio de la campaña electoral. "Acá empieza otra historia, la de una coalición que es mucho más que el peronismo", lanzó el cordobés durante los festejos tras haber ganado su batalla provincial. Las dos cosas generaron más ruido que el que ambos hubieran imaginado a partir del lógico movimiento de intentar pensar sus propias proyecciones.
Martín Llaryora y Martín Gill.
En la estructuración de los nuevos caminos hay una diferencia que se impone como límite a la hora de pensar acercamientos: el kirchnerismo. Hijo de la provincia más refractaria a las figuras del movimiento nacido en 2003, Llaryora encuentra un obstáculo preciso a la hora de pensar en la suma de nuevos elementos a su construcción. Sin embargo, se las arregla para tejer alianzas que solapadamente construyen puentes de diálogo. El caso más concreto es Martín Gill, exdiputado del Frente para la Victoria, secretario de Políticas Universitarias durante la gestión de CFK y secretario de Obras Públicas durante la primera parte del gobierno del Frente de Todos. Ahora es el flamante ministro de Cooperativas y Mutuales del llaryorismo.
La transversalidad
En esa tarea, otra de las características que Kicillof y Llaryora comparten es el cambio de paradigma de una época que parece ponerle fin a las viejas divisiones partidarias. Schiaretti, como ancla política de Llaryora, y el propio Kicillof destacaron a lo largo de la campaña la práctica de llevar adelante una política provincial que asista a los municipios “sin importar las banderías políticas”.
Esa buena relación con los gobiernos locales, que fortaleció a las referencias provinciales en los territorios, tuvo resultados disímiles. En Buenos Aires, Kicillof construyó una victoria provincial que empujó al triunfo del peronismo en municipios gobernados por Juntos por el Cambio. En Córdoba, los intendentes opositores afianzaron sus propios espacios e, incluso, en una campaña que se nacionalizó, ayudaron a las localidades vecinas para lograr arrebatarle al cordobesismo una buena cantidad de intendencias. Para atrás, la explicación parece bastante sencilla. Los votos no se trasladan, Llaryora no era Schiaretti y Kicillof era Kicillof.
Para adelante, el cordobés comenzó su gobierno con un armado transversal que incluye a figuras del radicalismo, el vecinalismo, el PRO y hasta del extinto Frente de Todos en espacios estratégicos de la gestión. Kicillof todavía conserva una mayor “pureza” partidaria en sus armados, aunque la apuesta se sigue manifestando en la relación con los intendentes y abre desafíos con la conformación del nuevo mapa legislativo en la provincia.
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