Cancillería había notificado que el cambio de sede podía traer aparejado problemas políticos. Aún así, el Ejecutivo no terció para volver a la sede original ante un gobierno al cual eligió aproximarse políticamente en el juego diplomático.
Podrá negarlo, o patear la pelota al córner en un intento desesperado por despejar riesgos, pero el Gobierno tiene más responsabilidad de la que asume en el hecho de que el partido entre las selecciones de Israel y Argentina se haya politizado y terminado como lo hizo. No importa que le arrojen la pelota al Chiqui Tapia y la AFA, que cargará sin dudas con la mayor de las responsabilidades pese a que ahora busque disfrazar su garrafal error geopolítico de "contribución a la paz mundial". El porqué queda en el vestuario. La Cancillería ya había notificado hace semanas que el cambio de sede podía traer aparejado cortocircuitos políticos y que no era lo mismo jugar en Haifa que en Jerusalén. Aún así, el Ejecutivo no terció para volver a la sede original ante un gobierno al cual eligió aproximarse políticamente en el juego diplomático, por temor a que fuera interpretado como un desplante político, o algo peor. Basta recordar la sintonía que ambos mandatarios mostraron en septiembre el año pasado, en la primera visita de Estado de un primer ministro israelí al país. "Es una jugada sola de la AFA", respondían ayer diversos voceros en Cancillería cuando los teléfonos hervían por la tarde, tras conocerse la decisión de la Selección de no jugar. El whatsapp no daba tregua. Nadie del Palacio San Martín parecía dispuesto a ponerse en la barrera para tapar el pelotazo. Al propio canciller lo atajaron los periodistas en forma sorpresiva cuando se encontraba en Washington participando de la condena a Venezuela en la Organización de Estados Americanos, una jugada que venían preparando hace tiempo, en un campo amigo, casi de local. Por eso lo sorprendieron: "La Argentina es un país que mantiene una política de equidistancia sobre tanto Israel como del pueblo palestino", atinó a decir Jorge Faurie. Luego llegaría el comunicado de la Secretaría de Comunicación Pública sosteniendo la histórica posición argentina en cuanto al proceso de paz Dos Pueblos/ Dos Estados y el reconocimiento del estatus especial de Jerusalén, acorde a la postura de la comunidad internacional que desconoce la decisión de Israel de declararla su capital "indivisible". El comunicado era claro a la hora de delegar responsabilidades: "Se recuerda que la AFA es una asociación civil sin vinculación con el Estado Argentino y que el Gobierno no participa ni tiene injerencia alguna en la organización del evento ni en ninguna otra actividad en la que ésta participe, en conformidad con los estatutos de la FIFA." Sin embargo, aún obviando los contactos políticos que existen entre la AFA y el Gobierno de Cambiemos y adhiriendo a la versión oficial sobre la independencia de la AFA, la embajada argentina en Tel Aviv estaba informada desde hace semanas sobre el cambio sorpresivo de sede. Por ende, también lo estaba el Gobierno. El diario Haaretz lo atribuye a una jugada de Miri Regev, ministra de Cultura y Deportes y una de las voces más extremas en el gabinete israelí, además de una de las defensoras más férreas del estatus de Jerusalén. Entonces, la AFA no puso objeciones y el Gobierno lo dejó pasar, no fuera cosa de comerse una amarilla por intentar frenarlo. Nadie en el Gobierno brindó una explicación más allá de señalar a la AFA. Sí hubo, en cambio, algunos tuits furiosos de aquellos funcionarios dispuestos a que el partido se haga, a como dé lugar. Como Facundo Landívar, coordinador Ejecutivo en Unidad de Comunicación e Información del Mercosur, que describió la decisión de los jugadores como "un insulto imperdonable" a los "miles y miles de argentinos que eligieron vivir en Israel". Una "verdadera porquería", concluyó. La gran mayoría prefirió el off the record, cuando no el silencio. Amparándose en el concepto de "neutralidad activa", que acuñó el embajador ante la Unesco, Rodolfo Terragno, el gobierno de Mauricio Macri eligió un juego propio con Israel. Sin relegar de su postura histórica en cuanto al proceso de paz, se recostó sobre uno de los laterales para eludir, cuanto fuera posible, las condenas en los organismos internacionales. Y omitió cuestionar en público otras movidas internacionales favorables a los intereses israelíes, como la decisión de Donald Trump de mover la embajada estadounidense a Jerusalén, aunque gran parte del mundo señalara el peligro de esa maniobra. Al final, se refugió detrás de la AFA para negar responsabilidades por el cortocircuito que desató el partido de la Selección. Y Lionel Messi lo obligó a buscar la pelota en el fondo del arco.
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