Las elecciones de 2019 plantean un árido horizonte para el radicalismo, históricamente fragmentado internamente y con miras muy diferenciadas en su interior respecto de cómo posicionarse ante el desafío del año próximo.
Si bien a ningún radical escapa que la formación de Cambiemos posibilitó un retorno a la victoria electoral y al desempeño de cargos públicos que muchos creían definitivamente cerrada cuando Fernando De la Rúa puso pies en polvorosa en 2001, dejando vacante el gobierno y liquidando los retazos que quedaban del honor partidario, el triste papel desempeñado al interior del gobierno de Mauricio Macri levantó críticas y enconos internos, que se fueron profundizando a medida que su política económica conducía inexorablemente al país a la bancarrota.
Y es que, desde un momento, la alianza con el Pro comenzó muy mal parida. El radicalismo experimentaba todavía los coletazos del fracaso de la Alianza, y se puso un precio muy bajo para participar de una coalición electoral que no le garantizaba ningún papel significativo en caso de una eventual victoria. Para un sector del radicalismo, el alfonsinismo, la alianza con el Pro significaba nada menos que romper el compromiso histórico de un radicalismo popular integrado a la social-democracia internacional por el fundador de la democracia contemporánea argentina, el ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín. Para un sector mucho más pragmático, liderado por Ernesto Sanz, la alianza significaba nada más, pero tampoco nada menos, que volver a detentar cargos y disponer de contratos públicos para beneficiar a los partidarios, condenados a la sequía en la década precedente, a punto tal que muchos decidieron migrar hacia el manto protector que les proveía la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner. Para un último sector, más disidente e independiente, la Coalición Cívica de “Lilita” Carrió, constituía la oportunidad de exhibirse e intentar el rumbo a un gobierno anti-peronista.
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El radicalismo constituyó un factor esencial para la victoria de Mauricio Macri. Tan esencial que muchos ya en ese momento se consideraron mal pagos en retribución a ese aporte.
La instancia clave fue la Convención de Gualeguaychú, realizada en marzo de 2015, donde se impuso la posición proclive a integrar la Alianza Cambiemos, dotando así a una fuerza municipal, con limitado arraigo en el interior del país, de un tramado institucional y organizacional que se desplegaba generosamente a lo largo de toda la república. Así Cambiemos se proveyó de dirigentes de prestigio a nivel local, de fiscales para las elecciones, de militancia universitaria y de una red de comités, indispensables para afrontar con expectativas una elección presidencial.
Pero, como puede atestiguarlo por experiencia personal Emilio Monzó, el Pro nunca ha sido generoso con sus aliados, y mucho menos con aquellos a los que les debió buena parte de sus victorias electorales. Por eso resultaron habituales los reclamos de referentes y de legisladores radicales, disconformes no sólo con el hecho de ser ignorados al momento de tomar decisiones, sino, incluso, de enterarse de las mismas a través de los medios de comunicación, o en simultáneo con la oposición, al llegar a las cámaras los proyectos oficiales. Pese a ello, los resultados electorales de 2017 significaron un crecimiento de la presencia radical a niveles de algunas provincias y de numerosos municipios, a punto tal que han conseguido sumar a sus tres provincias de 2015. En la actualidad, el radicalismo gobierna en tres provincias: Jujuy (Gerardo Morales), Corrientes (Gustavo Valdés) y Mendoza (Alfredo Cornejo), y se evalúa con optimismo la posibilidad de sumar a Santa Cruz, convertida en tierra arrasada por casi tres décadas de kirchnerismo; Formosa, donde el senador Luis Naidenoff cree poder poner en jaque a la continuidad de un Gildo Insfrán, que lleva 24 años de gobierno; La Pampa, donde el senador Juan Carlos Marino deberán confrontar con un peronismo fracturado; Entre Ríos, donde Atilio Benedetti cuenta con perspectivas auspiciosas, sobre todo si Rogelio Frigerio decide dar un paso al costado; y La Rioja, con Julio Martínez magníficamente posicionado tras su victoria en las legislativas de 2017. También el pronóstico podría resultar favorable en Córdoba, siempre y cuando Ramón Mestre y Mario Negri decidan poner fin a su interna fratricida.
Tampoco las cosas le ha ido mal a Elisa Carrió, a menudo desbordada por su papel auto-asignado de “fiscal de la república”. Sin embargo, tras tres años de gobierno de Mauricio Macri, parece haber llegado a la misma conclusión que el resto de sus ex correligionarios radicales: ya parece haber dejado de ser tenida en cuenta, ni siquiera es convocada a los espacios decisorios, y su imagen y una eventual candidatura se agigantan en la medida en que toma distancias o formula agudas críticas sobre la gestión del gobierno nacional.
¿Resulta conveniente para los aliados radicales de Cambiemos continuar formando parte de una alianza en la que son virtualmente ignorados, cuando el malestar social hacia la gestión presidencial se incrementa paso a paso, y sólo parece prometer una declinación de las auspiciosas perspectivas que habían comenzado a abrírseles en esas provincias? ¿O, por el contrario, habrá llegado el momento de poner fin a la alianza, agradeciéndole a Cambiemos los servicios prestados para la recuperación del orgullo radical, y de ciertas posiciones de poder, y organizar otros acuerdos políticos de caras al 2019?
Tratándose de radicales, como se sabe, cualquier alternativa radical debe ser excluida, aunque las internas no dejan de retroalimentarse. El sector de Sanz y los gobernadores prefiere negociar con Cambiemos su participación en la fórmula presidencial junto a Mauricio Macri, aunque saben que la batalla está perdida de antemano. Un sector del alfonsinismo propone explícitamente la ruptura, para tratar de llegar a un acuerdo con el socialismo santafesino y, por qué no, con el peronismo federal. Incluso muchos no ocultan sus esperanzas de que Martín Lousteau se anime a desafiar a Cambiemos, presentando su propia candidatura preferencial, y hasta encargaron un sondeo, que le asignó un piso de partida del 12 por ciento. Pero Lousteau es remiso a esa opción, y prefiere negociar con su archirrival, Horacio Rodríguez Larreta, su inclusión en las listas de Cambiemos como aspirante en primer término a la Senaduría nacional.
El distanciamiento de Carrió del gobierno nacional, incluidas sus urticantes declaraciones contra la figura y el entorno presidencial, la han dejado en una situación muy particular, ya que, después de María Eugenia Vidal, es la mujer preferida por los encuestados del espacio para acompañar la candidatura de Mauricio Macri, aunque la opción no tenga posibilidades de concretarse. La situación de “Lilita” es compleja, ya que su relación con los radicales no es precisamente la mejor, y parece dispuesta a convertirse en opción opositora dentro del oficialismo. Algo que le salió muy bien a Rodolfo Terragno a 2001, mientras que las listas presentadas por el gobierno de De la Rúaeran arrasadas en las elecciones de medio término.
En vistas del escenario electoral de 2019, el radicalismo aparece fortalecido en relación a los comicios de 2015, con opciones de incrementar sus gobernaciones y sus bancas. Para Cambiemos el aporte del radicalismo resulta al menos tan fundamental como entonces, debido a su limitada capacidad para genera un andamiaje territorial e institucional mas allá de la CABA y algún que otro distrito del Conurbano. También parece ser que el radicalismo ha tomado conciencia de la importancia que reviste para la alternativa de una eventual reelección de Mauricio Macri. El problema es que las rivalidades y fracturas internas parecen impedirle, como ha sucedido reiteradamente a lo largo de su historia, sacar todo el provecho posible de ese incrementado capital político.
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