Desde la presidencia de Marcelo T. de Alvear, concluida en 1928, el radicalismo no ha conseguido terminar un solo mandato presidencial. Tratándose de un partido que nació prácticamente fracturado entre sus facciones personalista y antipersonalista, no sorprendió que toda su historia estuviera regida por la inestabilidad y el faccionalismo interno.
UCR del Pueblo versus UCRI, balbinistas versus alfonsinistas y luego, a partir de allí, una atomización interna que sólo pudo ser aglutinada cuando aparecieron cargos públicos para distribuir.
Como le sucedió al propio peronismo, la socialdemocracia liderada por Cristina Fernández de Kirchner se llevó a buena parte de los ex alfonsinistas, y a casi todos los jóvenes. De hecho, y salvo en las carreras más tradicionales, el radicalismo ha desaparecido prácticamente de las casas de estudios de humanidades, sociales y ciencias exactas, por ejemplo. El radicalismo ha quedado convertido en un partido de viejos, que resignaron todo programa progresista a cambio de obtener contratos y designaciones en el gobierno de Cambiemos.
Ésta fue, justamente, la razón de peso que se impuso en la cumbre de Gualeguaychú en 2015. Y, a partir de entonces, los radicales no supieron cómo explicar las políticas aplicadas por Cambiemos, ni por qué razón se enteraban de las decisiones el día después.
Sus referentes más comprometidos con el gobierno pretendieron justificar este destrato asegurando que se trataba únicamente de una alianza electoral, con lo que aceptaban tácitamente que habían cambiado votos por contratos y cargos públicos. Los que, en cambio, habían sido derrotados en Gualeguaychú, se desgañitaron clamando ante quien quisiera escucharlos que a ellos jamás se les había dicho eso, sino que se les había ofrecido una alianza política con todas las de la ley, pero, una vez más, habían sido engañados.
Sobre todo en el último año, cuando el gobierno de Cambiemos derrapó y no tiene asegurada la reelección para el período 2019-2013, los radicales comenzaron a hacer cuentas sobre si les convenía quedarse o irse de la alianza Cambiemos, en la medida en que los beneficios de la etapa presente no estarían garantizados de antemano.
Algunos de ellos se fueron hace rato, como en el caso Margarita Stolbizer, cuyo futuro parece desde hace tiempo asociado al de Sergio Massa. FORJA, de Gustavo López, los Irrompibles de Leandro Santoro, y su suegro, Leopoldo Moreau, son percibidos desde hace mucho tiempo como más cristinistas que La Cámpora, situación que no deja de provocar ciertos recelos dentro de Unidad Ciudadana. Ricardito Alfonsín, eterno disconforme con cualquier decisión que adopte la conducción de la UCR, se lanzó a construir una línea interna para competir en las PASO del año próximo junto con Federico Storani y Juan Manuel Casella, dos históricos laderos de su padre, y han amenazado con levantar una candidatura alternativa a la de Cambiemos en caso de que no se les permita participar de la interna oficialista. El peso de este sector, sobre todo fuera del conurbano bonaerense, podría jugarle una mala pasada a un gobierno escaso de votos. Y a estos dirigentes históricos aún quedan por sumarles los intendentes Miguel Ángel Lunghi (Tandil), Héctor "Cachi" Gutierrez (Pergamino) y Carlos Gorosito (Saladillo), más al menos otros veinte distritos en los que intentaron presentar listas propias en 2017.
Por último queda la imprevisible “Lilita” Carrió, cuyo futuro político es aún un misterio. ¿Abandonará el barco en caso de que se siga hundiendo, o retomará su apoyo crítico en tanto se mantenga a flote? En su entorno la ven un tanto desganada y aseguran que hasta amagó con retirarse de la política, algo que prometió varias veces pero nunca nos concedió.
Para el gobierno, la UCR, a la que los Pro puros desprecian considerándola como una reliquia de geriátrico, constituye sin embargo su principal aporte territorial, tanto en votos como en participación a nivel de las gobernaciones, legislaturas y municipios. Los radicales, hábiles negociadores que han perdido el pelo pero no las mañanas, tienen perfecta conciencia de esto y saben que, además, tomando distancia del oficialismo, podrían convertirse en la alternativa ideal para los votantes disconformes con la administración de Cambiemos. Por eso no apuran el paso y se dedican a sus tradicionales rencillas internas, en el convencimiento de que, si Mauricio Macri pretende ser reelecto, deberá acudir a ellos más tarde o más temprano, y con una propuesta más generosa que la que ofrecida durante el primer trienio de su mandato presidencial.
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