Sergio Massa apuró la campaña y el PJ activó la maquinaria electoral. El cambio de clima interno, la discusón sobre las encuestas y el regreso a un cálculo territorial para proyectar el resultado del 13-A. El “paper” que genera diferencias y tensiones, la presencia de Cristina Fernández de Kirchner y la hendija por la que el oficialismo cree que puede representar el cambio.
Por: Pablo Ibáñez.
- De uno a diez ¿qué chances de ganar crees que tengo?
- Cinco.
- Si me decías dos, igual agarraba.
En las horas frenéticas del cierre de listas, la mañana del viernes 23 de junio, un rato antes del naufragio del experimento Wado-Manzur, Sergio Massa llamó a un dirigente opositor, como parte de una ronda corta de consultas sobre su competitividad electoral. Lo hizo antes de entregarse a la última paritaria política con Cristina Fernández de Kirchner para definir la boleta presidencial del peronismo.
La anécdota sirve como registro del voluntarismo del ministro-candidato, ese optimismo casi patológico que irradia el tigrense. Frente a la incertidumbre de las encuestas, Massa juega la carta de la confianza, su propia campaña del “sí se puede”. “Como dijo Antonio Cafiero antes de la elección contra Juan Manuel Casella: las encuestas nos dan empatados, pero la sensación térmica nos dice que ganamos”, sintetiza un dirigente del micromundo de Unidos por la Patria. Remite a la elección por la gobernación bonaerense en 1987 que ganó el PJ.
El acuerdo con el FMI, que el lenguaje K prefiere llamar “entendimiento”, es una de las piezas sobre la que Massa montó su religión de una victoria posible. El factor de que puede resolver problemas y el contraste con la virulencia de la interna entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. En el comando de campaña de UP invocan un estudio cualitativo que refleja que la batalla entre los candidatos de JxC derrama hacia sus votantes y dificulta, aquí y ahora, la migración lineal de los votos del perdedor hacia el ganador de la PASO. Lo que antes se verificaba con el fan de Bullrich, que como segunda opción tenía antes a Javier Milei que a Larreta, ahora se detecta en los votantes del jefe de Gobierno.
En el peronismo, ante la falibilidad de las encuestas que los consultores explican por la “cifra negra” de los que no responden a los sondeos, recuperaron una matemática electoral analógica: el mapa de los tercios que consiste en dividir en tres el universo electoral y estimar el reparto de votos. La provincia de Buenos Aires es un tercio -37% del padrón-, la franja media del país otro -32% del padrón- y el resto, NEA, NOA y Patagonia, el tercer tercio. Es un antiguo ejercicio de laboratorio, algo oracular, que toma como base estimaciones que se consideran “razonables y previsibles”, según un campañólogo que hace cuentas en su celular.
La cuenta es así. Con 35% en PBA, el peronismo suma 13 puntos para la cuenta nacional. Con 20% a lo largo de la franja amarilla, esa zona hostil que va de Mendoza a Entre Ríos, pasando por San Luis, Córdoba y Santa Fe, le agrega 6,4 puntos a la cuenta federal mientras que con 45% promedio en las provincias del norte y el sur, incorpora 14 puntos más. La sumatoria da cerca de 34 puntos país. Sobre JxC se estima que duplique en votos a UP, 40% en total, en la zona centro -ahí obtiene 12,4 puntos- más 35% en norte y sur -casi 11 puntos- y 32% en PBA, que equivale a algo más de 11 puntos, lo que redondean en algo más de 34 puntos.
Según la aritmética peronista, partido empatado.
¿Marca o candidato?
A dos semanas de las PASO, el oficialismo nacional entró en campaña con el raid de Massa y Agustín Rossi por San Juan, La Rioja y Tucumán. Sobre la hora se desactivaron dos actividades en el conurbano: una caravana en La Matanza y un acto en San Vicente. Desde La Rioja, el viernes, Massa pidió reprogramar -¿se hará el sábado próximo?- la recorrida de 30 cuadras por González Catán. Sobrevuela la discusión teórica sobre qué tipo de campaña hacer. Más allá de las decisiones del comando que se reúne en el búnker de calle Mitre, Massa aplica su propia lógica. Mientras el speech interno indica que hasta las PASO, la prioridad es “la marca UP, la coralidad y la unión de todas las sensibilidades del espacio”, el candidato personaliza cada movimiento.
La apuesta, según el paper que circula en el comando de campaña, es “unir a todo el votante peronista alrededor de nuestra formula de unidad”, lo que implica tratar de sacar a Juan Grabois del radar, y plantear las PASO como un “plebiscito sobre la oposición”: la “beligerancia” interna en JxC, que los hará quedar heridos y debilitados, frente a la “unión” que expresa UP. El tironeo de los últimos días, y se expresará cuando se enfoque en provincia de Buenos Aires, es sobre la centralidad que debe tener, o no, Massa. El factor a mirar es cuánto y cómo aparecerá, en la última semana, Cristina Kirchner. “Se mostró tres veces con Sergio desde que es candidato”, dicen, enigmáticos, en el Instituto Patria donde se escucharon algunos reproches por lo que ocurrió con la lista de Julio Zamora en Tigre, donde Malena Galmarini quiere ser intendenta.
Paper de UP que circuló el comando de campaña de Wado De Pedro
Es Massa el que emite mensajes sobre expectativa electoral que, de todos modos, está en veremos. “Sergio te habla como si tuviese 70 puntos de imagen positiva, y en el distrito saca 24”, graficó un dirigente del conurbano que celebra la voluntad del ministro. En el entorno de Massa tejen otra construcción amable: repasan análisis en torno al concepto de continuidad y cambio, en los que 60% de los consultados adhieren a esta última variable. El elemento al que se abraza el massismo es un sector de los quieren cambio, no están seguros que lo que prefieran sea la receta que ofrece el PRO, por lo que entienden que Massa puede interpelar a esos. El ministro debe, para eso, producir una alquimia olímpica: ser funcionario de la continuidad y, al mismo tiempo, candidato del cambio.
“De los 60% que quieren cambio, hay 25% que cree que el cambio correcto sea el macrismo. Sergio les puede hablar a esos y para hacerlos tiene que pedir perdón porque no se cumplió el contrato electoral del 2019”, apuntan desde la mesa chica de campaña, a la vez que aseguran que el buró peronista que incluye gobernadores, gremios e intendentes, terminó de alinearse para sostener y empujar a Massa.
El voto fugitivo
En el sistema peronista, el voluntarismo de Massa genera confianza. Incluso cuando se repasan datos que reflejan que el ministro-candidato tiene una imagen positiva cerca a los 30 puntos, lo que por una ecuación sencilla invita a pensar este número como su techo electoral. No es tan rígido: en 2019, Mauricio Macri logró la magia de tener mayor porcentaje de voto que de imagen positiva, sacó 40,7% en las generales de octubre cuando su “positiva” estaba en el orden del 35%. Massa, si se dan por válidas las proyecciones, debería lograr una magia parecida.
La semana próxima, Massa y Rossi saldrán de gira por la zona hostil que constituye la franja amarilla del centro del país. Córdoba, en ese derrotero, se presenta como un espanto: Massa figura quinto detrás de Bullrich, Larreta, Juan Schiaretti y Javier Milei, y las estimaciones de los operadores es que estarían conformes con que llegue al 15%. Es la mitad de lo que sacó Alberto Fernández en 2019. En UP ponen demasiada expectativa a que Martín Llaryora ayude a Massa, pero el gobernador electo, el que despotricó contra los “pituquitos de Recoleta”, tiene decidido sostener lo que pueda a Schiaretti y no enemistarse con Larreta ni con Bullrich, de los que -entiende- saldrá el próximo presidente.
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