Argentinos, a las góndolas

Por Alberto Dearriba

La posibilidad de sostener el crecimiento y la inclusión social se juega por estos días en los precios de los supermercados.

A Cristina Fernández le gusta decir que hay que "empoderar" a la sociedad para defender los derechos conseguidos en la última década. Otros prefieren utilizar el término más épico de la "movilización popular", e incluso cuestionan que no se haya convocado al menos a un acto para resistir el embate de mercado acompañado por conjeturas desestabilizadoras.

Está claro que una vez contenidoel alza del dólar, sólo se podrá lograr un nuevo equilibrio si los precios no se comen la competitividad producida por la devaluación. De manera más dramática, puede decirse que de una correcta resolución de la actual crisis depende la sustentabilidad del modelo de prosperidad inaugurado por Néstor Kirch-ner en 2003.

Consciente de que le están moviendo el piso, la presidenta le pidió a los sindicatos que moderen sus pedidos de aumentos salariales en las paritarias y ayuden en cambio a sostener los "precios cuidados", que es otra manera de defender el poder adquisitivo de los trabajadores. Simultáneamente,Cristina instó a la militancia asumar vecinos para controlar los precios. Como para señalar el camino, se tomó el trabajo de hablar telefónicamente con Romina Ivone Colombo, una azorada maestra de escuela primaria platense que jamás soñó que la llamaría la presidenta de la Nación para felicitarla por haber denunciado a Walmart por incumplimientos en el programa de Precios Cuidados.

La idea es que todos los días algún ciudadano de a pie refuerce la tarea de los militantes de Mirar para Cuidar, para impedir que los comercios incumplan, hasta que la presión social les haga saber a los inescrupulosos que deberán moderar sus ansias de aumentar ganancias por la vía de mayores precios. También apuestan a que los pequeños comerciantes se nieguen a aceptar incrementos exagerados en sus costos, como lo hizo el librero neuquino Gabriel Barrios que –según lo destacó Cristina– pegó un cartel en su vidriera para informar a sus clientes que no aceptaría los aumentos indebidos de sus proveedores.

En verdad, en las góndolas pasa de todo: muchos precios acordados se cumplen, otros no y se multiplican algunas viejas mañas como agregar "plus" o "especial" a las etiquetas para esquivar el tope. También se pudieron constatar avivadas tales como que el precio en la góndola es más bajo que el que finalmente se pagaen las cajas. En fin, la porfía es dura y las pillerías eternas.

Por las redes sociales corrió una propuesta de no consumir el viernes pasado;una buena intención cuyos resultados concretos aún se desconocen.Pero es conocida en cambio la estupidez de quienes atacaron la propuesta, porque dijeron que estaba impulsada por "un grupo K". Se parecen a las señoras de los barrios porteños que salieron a cacerolear para defender al campo en oposición al gobierno, cuando apenas tenían algunas macetas con tierra. Mientras las rutas eran bloqueadas por los sojeros, el desabastecimiento en las grandes ciudades se pagabacon aumentos en las góndolas.Se convierten en los patos de la boda de estos movimientos provocados por los sectores económicos concentrados. No se trata de defender al gobierno, sino de evitar que una vez más le metan las manos en el bolsillo a los asalariados para llevarse los aumentos que cuesta conseguir en cada negociación paritaria. "El dulce de batata o la manteca no tienen ideología", dijo la presidenta. La cuestión es tan obvia que hasta da pudor explicarla.

La convocatoria a la participación ciudadana en defensa de los "precios cuidados" es acompañada por acuerdos sectoriales con formadores de precios para contener las alzas y aun para retrotraerlas. Es meter a la política, al Estado, a pelear con el mercado. No está mal. Pero mucho más les dolerá a los especuladores que el Mercado Central habilite varios puntos de ventas en las principales ciudades –como se anunció– con precios testigos que pongan en evidencia la codicia.

También está claro que cada empellón del mercado para desbaratar el equilibrio económico viene históricamente acompañado de rumores acerca de un "fin de ciclo", alusiones a que "están en retirada", o más claramente de conjeturas sobre que el gobierno no llegará a cumplir su mandato.

Las conspiraciones acompañaron al gobierno de Cristina Fernández desde poco después de asumir en 2007, cuando se desató el enfrentamiento con el campo. Por aquella época se produjo un revelador diálogo entre Mariano Grondona y el entonces presidente la Sociedad Rural, Hugo Biolcatti, en el que ambos sugerían ante las cámara que Julio Cobos remplazaría a Cristina Fernández. Con el actual vicepresidente fusilado mediáticamente más allá de sus responsabilidades, las conjeturas son variadas.

Al coro de desestabilizadores se sumó ahora inesperadamente el diputado Jorge Yoma, quién se destacó en los '90 por su aguda defensa del menemismo, por su inteligencia y picardía, pero al cual se ledesconocían intenciones destituyentes. Yoma está muy enfrentado con Cristina Fernández y tendrá sus razones políticas o personales para estarlo. Pero no puede salir a pedir la renuncia de la presidenta como si estuviera lisa y llanamente alineado con los sectores más conservadores, que sueñan con sacarse de encima al kirchnerismo a como de lugar. Grondona y especialmente Biolcatti, cumplen en defender sus intereses. Pero Yoma aparece tan desubicado como las señoras de los barrios de clase media que salieron a cacerolear en defensa de intereses ajenos.

Que los productores y exportadores de granos decidan largar ahora sus cosechas embolsadas con cuentagotas no es aceptable, pero sí coherente con el criterio especulativo y rentístico de los factores de poder locales. Pero los dirigentes políticos que estimulan la inestabilidad están serruchando la rama sobre la cual se sientan. O son "agentes encubiertos" de los sectores más poderosos, como llama Jorge Capitanich a los economistas ortodoxos que pronostican nuevamente el descalabro, o hacen la del escorpión. Se parecen a esos rudos e icansablesgallegos de los bares porteños, que en marzo de 1976 cerraron sus puertas en acatamiento al lockout empresario convocado por la Sociedad Rural, la Cámara Argentina de Comercio y otras entidades poderosas, que precedió al golpe militar.

Para tomar un ejemplo de estos días no resulta incongruente que senadores estadounidenses ataquen ahora a la Argentina, defiendan a los fondos buitres y a las más de 500 empresas norteamericanas que operan en el país. Pero es francamente difícil de entender que una delegación de diputados nacionales uruguayos se apreste a viajar a las islas Malvinas con invitación oficial. Los problemas de Pepe Mujica con el intercambio comercial en el Río de la Plata, no pueden explicar el desaire.

Los sectores de la burguesía nacional que juntaron dinero en pala en la última década y hoy apoyan los movimientos especulativos, están tan equivocados en la defensa de sus intereses como los gallegos de los bares en 1976. Buena parte de la clase media gorila que hoy sueña con sacarse de encima a Cristina simplemente porque "no la aguanto más", van por el mismo camino.

"Intentan derrumbarme, pero se equivocan", advirtió una presidenta tan tenaz como en sus mejores momentos. Sólo mentes calenturientas imaginan una despedida con helicóptero. Ella sabe que para aspirar a un retorno o simplemente para entrar en la historia por la puerta grande debe entregar la banda y el bastón a su sucesor en 2015.

Comentá la nota