Al cabo de una exhaustiva investigación, plasmada en un Atlas de las creencias religiosas, el experto identifica no uno sino varios tipos de catolicismos, que construyen sus propias liturgias, además de un creciente número de "indiferentes".
La escena dispara sugestivas inquietudes ¿Cómo creen los que creen? ¿Qué tipo de fe profesan esas personas, y cuán distinta es, por ejemplo, de la que profesan los miles que llenaron los bosques de Palermo para ir a ver a Ravi Shankar? Preguntas como estas y muchas otras motivaron una exhaustiva y abarcativa investigación, plasmada en el libro Atlas de las creencias religiosas de la Argentina (Biblos) dirigida por Fortunato Mallimaci, sociólogo especialista en religiones. Ex-decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y actual responsable del área de Sociedad, Cultura y Religión del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (Ciel), del Conicet, su especialidad son los vínculos sociológicos e históricos entre catolicismos (así, en plural), religiones, Estado y sociedad. Entre 2008 y 2012, Mallimaci dirigió la primera encuesta nacional sobre creencias religiosas en la Argentina, coordinando equipos de sociólogos especializados en el tema de universidades de todo el país.
El trabajo adopta el punto de vista de los que creen, y no de las autoridades de cada religión. "Los dirigentes, los notables, los militantes son necesarios para cualquier sociología histórica, pero no pueden ser los únicos referentes a la hora de analizar y comprender la dinámica social”, dice Mallimaci. Desde aquella primera encuesta, las investigaciones denotaban algunos fenómenos distinguibles: una toma de distancia institucional y un "creer cada uno a su manera" en el catolicismo, la religión mayoritaria; el crecimiento de la "disidencia evangélica"; las numerosas devociones a las cuales se reza y agradece; el amplio repertorio católico en el mundo político; y devociones más presentes en unas regiones que en otras. Había que sistematizar ese estudio, y el Atlas es el resultado de ese trabajo.
La última vez que el Censo Nacional de Población preguntó por la fe fue en 1960; desde entonces se asumía que el 90% de los residentes en el país se identificaban con el catolicismo. Una de las grandes preguntas que guiaron la investigación de Mallimaci fue cómo se definen los habitantes de la Argentina desde el punto de vista de la adscripción religiosa. ¿Se había modificado el porcentaje de aquellos que más de medio siglo atrás afirmaban ser católicos?
"Esta fue la primera vez que se encaraba un estudio desde las universidades, desde el Conicet, con rigor científico, sobre las creencias religiosas en el país –explica Mallimaci–. Cuando decimos en todo el país, tenemos en cuenta las regiones con toda la complejidad de su estructura social, política, cultural. Quisimos entrar desde la visión de los creyentes. Qué ven, qué sienten, qué sueñan. Cómo viven y conviven con la religión. La mayoría sigue pensando que los creyentes dependen de la autoridad, en este caso el Papa, los obispos, el pastor, el rabino , el imán… y que las personas los siguen ciegamente. Este es un gravísimo error teórico, metodológico, conceptual. Porque las personas deciden, sueñan, cumplen con algunas cosas, con otras no. Toman distancia, ejercen lo que llamamos el cuentapropismo religioso, vivir la religión cada uno como le parece. Vimos en los últimos tiempos que había no uno sino varios tipos de catolicismo. La gente cambia de religiones, o entra y sale de ciertos cultos cuando quiere. Y esto va configurando una sociedad argentina en la que las creencias ya no son para toda la vida, pueden ser modificadas según las situaciones, las trayectorias, los momentos vitales. Las personas transitan por varios grupos religiosos. Al transitar, algunos se quedan mucho tiempo en unos, pero en otros siguen de largo. Esto nos habla de sociedades móviles, de gente en la búsqueda".
–El informe señala que los argentinos que se autoasumen católicos son el 76,5%. ¿Desde qué lugar de pertenencia se identifican así?
–Ese es el porcentaje de quienes dijeron "Sí, soy católico", que en los ‘60 eran el 90 por ciento. Hay un grupo de ellos que es de católicos totalmente desinstitucionalizados, la gran mayoría. Otro grupo menor se reconoce en la práctica dominical, está cercano a las parroquias, compartiendo la vida parroquial, y es cerca del 10%, un porcentaje mucho más bajo que en los países europeos. Y después hay otros que se reconocen católicos pero fuera del templo: en las peregrinaciones, en las marchas, en la protesta social. Mis colegas los caracterizaron en el Atlas como militantes marianos, institucionales disidentes, buscadores católicos, cuentapropistas integrados, desafiliados... Rezar, reza la mayoría, pero en prácticas fuera del templo.
–¿Qué significa esa caída del 90 al 76,5 por ciento?
–Es una profunda transformación de las creencias, de todos los tipos de creencias: en la subjetividad, en la sociabilidad, cambios en la vida cotidiana, en la idea de pareja, de espera, de utopía, de construcción de un proyecto. Esas creencias religiosas acompañan a las personas, y cuando se produce ese enorme quiebre es que están viviendo una trasformación enorme en otros tipos de credos también.
–¿Cómo leen en la encuesta el porcentaje de ateos?
–Es un grupo muy activo y con pocas personas. Y un dato muy significativo es que el 75% de los universitarios se asume perteneciendo a un grupo religioso. Hemos utilizado la categoría "indiferentes" (a veces, los llamamos "sin religión"), que nuclea a personas que han roto todo vinculo con instituciones religiosas, junto a ateos y agnósticos.
–¿Los que se asumen ateos también están entre los más instruidos?
–En los sectores populares, la mayoría cree. Sin embargo, en cantidad de personas, el porcentaje numéricamente más grande de quienes se dicen sin religión está allí. Por eso hemos hecho una categoría de "indiferentes", que resulta en uno de los datos más asombrosos del estudio y que representa la misma cantidad de gente que todos los evangélicos juntos. Casi el 10% de la población. Es un número muy significativo.
–Indiferentes sin presencia en el espacio público. No se los “ve”.
–Es que justamente la manera de autopresentarse es que no tienen representantes. Ahí hay algo sociológicamente interesante. Por eso hay que evitar las adjetivaciones. "Masa amorfa", "masa disponible", no. Son personas que están rehaciendo su manera de pensar su vida, su sexualidad, la pareja, muchísimos temas que están dando vueltas ahí. El descrédito en las instituciones del Estado también tiene su correlato en el descrédito respecto de las instituciones religiosas. Van juntos.
–¿Estas nuevas formas de vivir la espiritualidad se relacionan con otros fenómenos sociales, como las nuevas sexualidades?
–Innegablemente, se vinculan. Otro grave error conceptual es pensar que lo religioso funciona para las personas encerrado y solo preocupado por el cuerpo, la moral, el orden, los comportamientos sexuales. Los grupos religiosos tienen miradas sobre muchísimos otros temas: sobre la política, el Estado, la cultura, sobre la violencia, sobre la economía. Hay un conjunto de sociabilidades a partir de las culturas religiosas. Sobre el control del cuerpo, sobre todo el cuerpo de la mujer, y las sexualidades, tienen interés tanto los grupos patriarcales como los grupos económicos, los mediáticos. No quieren reconocer la diversidad de las experiencias sexuales que viven las personas, no solo entender que no existe un solo varón ni una sola mujer sino todo el arco de identidades sexuales. Muchos grupos que dominan están interesados en que las identidades sean unas y para toda la vida, y cuando las personas transforman esas identidades, sienten que peligra su grupo. En épocas de dictaduras, peligran los valores dominantes y el concepto que unifica a lo diverso es el de subversivo. A partir de ahí, se construyen alianzas a largo plazo -vivimos una militarización y catolización desde los años 30 hasta los 80- que continúan reproduciéndose en democracia. Estamos acostumbrados a ver lo hegemónico, y mostrar que hay diferentes formas de vivir la sexualidad y la religión muchas veces causa escozor, preocupación, y surge la denuncia, la adjetivación, el estigma. Discriminar a esos otros y otras que viven otras experiencias religiosas y sexuales está a la orden del día. Lo que a nosotros nos interesó como investigadores es comprobar que esa religión –esa vida espiritual- se sigue buscando pero de distintas maneras. No es que si hay un grupo que vive de formas diversas la sexualidad, la política, la pareja, la familia deja atrás la religión, como se supuso durante muchísimo tiempo. ¡No! Busca rehacer su religión, la encuentra en otros lugares. Los llamamos cuentapropistas religiosos. Las personas buscan. Si no encuentran en un lugar, van a buscar a otro. Irse de la institución mayoritaria no hace que las personas dejen de tener vida espiritual. ¡Para nada!
–Siempre se sostiene que la religión es irracional, que es el opio de los pueblos, el "surrealismo de los pobres", como dijo hace poco el escritor César Aira en una entrevista.
–Sin embargo, hay una racionalidad en los grupos religiosos. Acá también hay que salirse de una cierta idea positivista que afirma que los grupos religiosos son irracionales. El judeo-cristianismo –como otras religiones históricas– tiene una racionalidad de larga data. Y aquellos credos que quieren incorporarse al mercado de los bienes de salvación legítimamente reconocidos, también la tienen que buscar. Entonces, la mejor manera del que domina es acusarlos de "magia, sectas, oscurantistas, chamanes"; ocurre con las creencias religiosas indígenas. En países como los nuestros, la mayoría de las veces hay grupos que buscan encontrar maneras similares a ese cristianismo dominante. Pero sin dejar de recordar que el cristianismo en América Latina se ha expandido tanto que ya no tiene dueño. No hay alguien que diga: este es el "verdadero" cristianismo".
–A raíz del fenómeno del Papa argentino se presumió una avanzada católica. ¿Cuánto influye esta figura en la fe de los argentinos?
–La fe "mueve montañas". Una autoridad importante como es el Papa –además argentino y hábil político-, con su carisma, más bien va a reforzar a los que ya están adentro. También a esos grupos militantes que hoy están en las márgenes y quizás en algún momento se fueron de la institución. Refuerza a otros grupos católicos que se han sentido fuera de la iglesia o de la institución y ven en este papa, con sus gestos de apertura, una nueva manera de volver a creer. Cuánto tiempo durara el entusiasmo, es difícil preverlo. Dependerá de los cambios estructurales. Al mismo tiempo, no creo en un crecimiento católico a costa de la disminución de la presencia de otros grupos religiosos. El campo religioso es mucho más complejo y con tiempos largos.
–Mucha gente que no iba a misa está contentísima con Francisco.
–Ese es el ejemplo que cada uno puede poner en su entorno social y familiar. El poder de la Iglesia Católica no le viene por la cantidad de gente que va al templo sino por los vínculos con la política, la economía, los medios y el Estado, o sea, por el poder simbólico que es capaz de crear y mantener. Esto es lo interesante de analizar. Los partidos políticos lo comprenden mucho menos. Distinguir entre la institución y el poder de esa institución, que tiene poco que ver con los creyentes que hoy son ciudadanos y que quieren expresar su ciudadanía en el voto y su accionar cotidiano más allá de lo que piensan sus pastores, sus rabinos, sus imanes, sus gurúes o sus obispos.
–Los políticos pugnaron por sacarse la foto con el Papa antes de las elecciones, y hubo candidatos relacionados con la religión.
–Desde el punto de vista de las leyes, la Argentina es un país que respeta la libertad religiosa y que no tiene una religión estatal. Sí se considera como culto oficial al catolicismo. Además, la presencia de partidos políticos “religiosos” ha sido efímera y residual. Lo que hemos vivido en nuestro país, sobre todo con las dictaduras, es que la Iglesia como institución apareciera tan fuerte en el Estado y en el espacio público. Hasta la década del 30, casi no había obispos, no se nombraban nuevos, casi no había presencia de símbolos religiosos en el espacio estatal y público. En las dictaduras se nombran obispos, capellanes, se presentan juntos legitimando los golpes que se vuelven cívico-militares-religiosos; aumenta la educación católica financiada por el Estado; y se avanza en una laicidad de subsidiariedad donde el Estado delega en las instituciones religiosas (hoy también en empresas privadas de lucro) parte de sus políticas. Y los partidos políticos siguen creyendo –en su totalidad- en la magia de la foto con el Papa argentino. Es un problema de imaginarios y de creencias con un fuerte espesor histórico. Ayer era el sueño del obispo propio; en 2000, fue el del Jubileo en Roma con la delegación política argentina más numerosa; y hoy, el del Papa propio. No es sólo un problema instrumental o de pragmatismo, es una manera de hacer política y de creer.
–¿Cómo juega en ese contexto el rabino, candidato electo, que presentó el PRO?
–Es interesante, porque la comunidad judía hasta ahora no había tenido rabinos en el espacio público partidario, y ahora lo tiene. Habrá que ver los problemas y reflexiones que eso produce. La Iglesia católica conoce desde hace mucho tiempo que la participación directa de un sacerdote en la política partidaria es contradictoria, que es una situación tensa porque la comunidad religiosa quiere tener unas miradas que vayan más allá del oportunismo político de estar con el partido A, B o C. Lo cual no quiere decir que no se haga política, sino que la hace la autoridad legítima desde arriba y desde afuera, en nombre de la Nación o la Patria. Hay una creencia en que esa "foto con el Papa" da legitimidad. Lo que se cree es que parte de ese poder se transmite a ese personaje que se saca la foto. Yo creo que se equivocan.
–¿Por qué cree que se equivocan?
–Porque la mayoría de los católicos, a la hora de buscar representaciones políticas, no piensa si está o no está con el Papa el candidato, si está o no con el rabino. Sino por intereses culturales, sociales, económicos. Imaginarios de otro tipo. Ejemplo: el Papa pidió a la catolicidad universal, cuando iba a desatarse una guerra entre Estados Unidos y Siria, que la gente saliera a rezar y ese día hiciera ayuno. En muchos países, ese día salieron miles de personas a las plazas, a las calles. En la Argentina, los obispos llamaron, pero pasó desapercibido. No pasó nada. No solo no salió casi nada en ningún medio sino que los diarios hegemónicos aprovecharon más para criticar a la Presidenta, dado el apoyo a la paz que ella había hecho en nombre de todo el pueblo argentino. Se muestran ultrapapistas y no sacaron absolutamente nada del petitorio que había hecho Francisco por la paz y contra la invasión de EE UU. Entonces, esto muestra como la utilización de lo papal y lo católico está a la orden del día por las grandes potencias y sus medios dominantes, donde la institución católica aparece casi como convidado de piedra, dado que ya no puede más imponer su interpretación de los hechos. Diría más: su interpretación queda subordinada y dominada a las grandes empresas mediáticas del actual capitalismo globalizador y desregulador. «
jesucristo, reiki y psicología
Un 76,5% de los argentinos se definió en esta encuesta como católico. De ellos, el 40,8% está categorizado como "cuentapropista". Según explica Mallimaci, es el tipo de creyente que afirma que mantiene una relación con Dios por su propia cuenta y asiste a las ceremonias del culto esporádicamente o para ocasiones especiales. Tiene un repertorio amplio de creencias y prácticas, entre las cuales pueden convivir el yoga y el reiki con curanderos, sacerdotes y psicólogos. Su composición demográfica es pareja entre varones y mujeres, y aunque su distribución por edad es homogénea, se destacan entre ellos los jóvenes y quienes han finalizado estudios secundarios. Los católicos cuentapropistas adhieren a la religión católica por la transmisión en la infancia (69,2%) y consideran que los hijos deben "elegir su propia religión o creencia en un 72,4 por ciento".
¿qué hará francisco con lo que revele su encuesta?
"El actual Papa Francisco ha decidido conocer lo que hacen, desean y sueñan los católicos sobre algunos temas ligados a la subjetividad, la sociabilidad y la vida cotidiana. Es un gesto alentador –dice Mallimaci–. Años atrás, en el movimiento católico que preparaba e implementó las reformas del Concilio Vaticano II, se lo conocía como el método de ‘ver, juzgar y actuar’. Provenía especialmente de la experiencia mundial de la Juventud Obrera Católica, inserta en un proletariado que sentía extraña a ella y decidió primero conocerlo antes de ‘anunciar la Buena Nueva’. De ese grupo se extendió al resto de los movimientos católicos.
"Las últimas décadas se tuvo en cuenta otra hermenéutica desde las máximas autoridades de la institución católica. Ahora era la norma, el dogma, la doctrina desde donde decidir aquello que debe ser aceptado o rechazado en la cotidianeidad. Se supone que la verdad ya ha sido revelada y debe ser aplicada. Por eso las denuncias de Juan Pablo II, Benito XVI y del actual Papa a lo que se ha llamado ‘la dictadura del relativismo, el subjetivismo y el constructivismo, en especial el de género’.
"En nuestro Atlas hemos analizado varias de esas preguntas que hoy el Papa Francisco desea conocer. La amplia mayoría de los católicos, un 93,3%, están a favor de que los niños y adolescentes reciban información sobre educación sexual en los colegios. El 68,6% expresa estar de acuerdo con el aborto en ciertas circunstancias, evidenciando un estado de creencia religiosa sin pertenencia ni identificación con las normas que la institución proclama. Y el 81,2% se muestra de acuerdo en que una persona pueda utilizar anticonceptivos y seguir siendo un buen creyente. ¿Cuando se conozcan cifras como estas, se dejará atrás aquel paradigma? ¿Las tendrán en cuenta, esperarán a otro momento para implementar los cambios que reclaman los católicos, creerán que no es oportuno o quizás, inventen sus propias cifras sobre lo que se piensa hacer a través de los obispados y sus parroquias con los 'católicos verdaderos'? Veremos, una vez más, si los gestos e intenciones se convierten en políticas y cambios estructurales o según una larga tradición gatopardista, decir que se cambia para que todo siga igual."
contra el sostenimiento del culto
El estudio se interesó en revelar la posición de la ciudadanía sobre el financiamiento estatal a las instituciones confesionales, la enseñanza religiosa en el sistema educativo público y la contribución del Estado al mantenimiento de las escuelas religiosas, indicadores de importancia para evaluar los grados de confesionalidad y de laicidad del Estado. Casi tres de cada cuatro habitantes del Área Metropolitana aprueban la colaboración con el trabajo social de las iglesias, pero el 61,1% se manifestó en contra del financiamiento público a cualquier culto. En todas las variantes, la representación de un Estado laico tiene más arraigo en el AMBA que en el país en su conjunto. Y sólo un 27,2% del total del país está de acuerdo en que el Estado pague el salario de los obispos. Respecto de la enseñanza religiosa en escuelas públicas, un 54,6% está de acuerdo en que se imparta una materia general de religión.
Aborto: menos fundamentalismo
Respecto del aborto, si bien en el Atlas de las creencias religiosas de la Argentina se observan opiniones divididas, más del 60% expresa estar de acuerdo con la interrupción del embarazo en determinadas circunstancias: en caso de violación, de riesgo de vida de la mujer o malformación del feto. Casi dos de cada tres argentinos coinciden prácticamente con el marco legal actual y en esto no hay disonancia entre el Área Metropolitana y el resto del país. En Capital y el Conurbano, quienes consideran que el aborto es un derecho de la mujer son más que los que alegan que debe estar prohibido en absolutamente todos los casos: 19,1% contra 12,9%.
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