La amenaza que pone en riesgo a los chicos más pobres: alimentos baratos y muchas calorías

La amenaza que pone en riesgo a los chicos más pobres: alimentos baratos y muchas calorías

Patricia Falcón vive junto a sus dos hijos en una casilla de madera en el barrio Narciso Vega en Gobernador Virasoro, Corrientes. “Para comer hacemos guiso de fideos o arroz. Un día no tenemos pero igual le damos para adelante. A veces no cenamos”, agrega Patricia. Su caso no es algo aislado.

Por Micaela Urdinez

 Según un estudio elaborado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina en exclusiva para LA NACION, el 62,4% de los niños más pobres vive en hogares que sufren inseguridad alimentaria, esto quiere decir que en el último año tuvieron que reducir la cantidad y la calidad de algunos de los alimentos. “Durante las crisis socioeconómicas, la urgencia es lograr darles de comer primero a los hijos y tratar de no omitir las comidas, bajando mucho la calidad de los alimentos. Se apela a las pastas, los arroces y los tucos que están condimentados con carnes de muy baja calidad”, señala Ianina Tuñón, investigadora a cargo del Barómetro Social de la Infancia en la UCA. Si bien en determinados contextos siguen existiendo casos de desnutrición aguda que hay que atacar, hoy en la Argentina la malnutrición tiene más prevalencia. LA NACION quiso entrevistar a las ministras Carla Vizzotti (Salud) y Victoria Tolosa Paz (Desarrollo Social) para esta investigación pero no quisieron participar. La malnutrición – que tiene como contracara más visible el sobrepeso y la obesidad mientras que otros flagelos se manifiestan en silencio - es una amenaza que se disemina por todas las clases sociales, pero que en los adultos tiene mayor injerencia en los sectores más vulnerables.

Muchas de estas familias cocinan a leña, en ollas que contienen guisos de fideos o arroz que son calóricos y muy llenadores, pero que tienen pocos nutrientes esenciales.

La Segunda Encuesta de Nutrición y Salud (ENNyS), realizada por el Ministerio de Salud de la Nación muestra un exceso de peso de 67,9% en personas adultas (el sobrepeso corresponde al 34% y la obesidad al 33,9%). En este último, se observan diferencias significativas por nivel de ingreso, donde en los más bajos se observa mayor porcentaje de personas con obesidad que en los sectores de mayores ingresos (36,9% vs 29%). Es que aunque resulte contraintuitivo, se puede ser pobre, saltearse comidas, tener sobrepeso y estar desnutrido. No alcanza solo con comer, sino que hace falta comer adecuadamente. Si bien todos los especialistas consultados afirman que el sobrepeso y la obesidad en niños y adolescentes también son más frecuentes en contextos de pobreza, desde el Ministerio de Salud aseguran que en las encuestas nacionales, los niveles de sobrepeso y obesidad en la población infantil fueron similares para todos los niveles de ingreso. “Todas las formas de malnutrición tienen una tendencia en aumento en situaciones de vulnerabilidad. Desde hace unos años Unicef amplió el enfoque de la malnutrición y hablamos de todas sus formas porque cada una tiene consecuencias en la vida de los niños y niñas pero también en su bienestar y en su salud futura. Y en muchos otros derechos que no son tan visibles”, explica Luisa Brumana, representante de Unicef Argentina. En cualquier caso, el riesgo está latente. Según datos de la ENNyS la prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños, niñas y adolescentes fue aumentando en los últimos 10 años y hoy abarca al 41,1% del país. Muchas de estas familias cocinan a leña, en ollas que contienen guisos de fideos o arroz que son calóricos y muy llenadores, pero que tienen pocos nutrientes esenciales. Los billetes que hay en la mano alcanzan solo para lo más económico: pan, papa, harina, azúcar, fideos, arroz, bebidas azucaradas y golosinas, entre otros. “Sacian pero también generan adicción. Un alimento que es dulce, grasoso y crocante es irresistible”, señala Enrique Abeyá Gilardon, médico pediatra y presidente del Consejo de Nutrición Pública de la Asociación Argentina de Salud Pública. Quedan afuera del changuito frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, aceites y frutos secos. Datos del Ministerio de Salud de la Nación señalan que las niñas, niños y adolescentes consumen sólo el 20% de las cantidades recomendadas de frutas y verduras. Por el contrario, el alto consumo de productos ultraprocesados es la base de la alimentación de una cantidad importante de niñas, niños y adolescentes del país, representando más del 35% del aporte calórico diario.

A los 2 años Paula tenía obesidad. Vivía con su mamá Patricia, sus tíos y sus primos en una casilla de madera en el barrio Narciso Vega en Gobernador Virasoro, Corrientes. Después de varios meses de tratamiento en Conin, Paula consiguió tener un peso saludable y Patricia aprendió a cocinar de forma más nutritiva.

Saltearse comidas y tener sobrepeso

En la Argentina más de la mitad (54,2%) de los niños de 0 a 14 años son pobres, según acaba de anunciar el Indec. Si bien el monto de la Asignación Universal por Hijo (AUH), que comprende a 4,4 millones de chicos se actualizó a $11.465 y el de la Tarjeta Alimentar (que alcanza a 4 millones de personas) va de $17.000 a $34.000 según la cantidad de hijos, los precios de los alimentos hacen que para muchos resulten prohibitivos. Según un informe realizado por Unicef en exclusiva para LA NACION, en base a cifras oficiales, en nuestro país, 4 de cada 10 hogares con niños del país manifestaron no haber ingerido alimentos saludables y nutritivos por falta de dinero. En esos hogares dónde muchos chicos se van a dormir con un mate cocido en la panza; dónde la plata solo alcanza para preparar un guiso de arroz o fideos; dónde se consumen demasiadas calorías y pocos nutrientes, se da la peor combinación posible: chicos con altos riesgos en su desarrollo. “Puede haber chicos con sobrepeso, baja talla y anémicos. En el caso de Argentina cuando uno habla de desnutrición crónica o baja talla, es un evento que sucedió antes de los dos años. Y que de alguna manera después impacta. Son chicos que nacen con bajo peso porque las condiciones del embarazo no fueron las adecuadas, por el contexto global de la madre y también incide lo biológico. Y después el chico viene con ese hándicap y puede estar expuesto a una mala alimentación”, señala Abeyá Gilardon. Las comidas preferidas de Martín Leiva, de 9 años, son el guiso de pollo y la pizza. En su casa en la comunidad Jahaveré, en los Esteros del Iberá, no hay heladera. Solo freezer. La sequía les secó la huerta y la posibilidad de tener frutas y verduras. Como viven a 20 kilómetros del pueblo más cercano, Concepción del Yaguareté, van hasta allá a hacer una compra grande para tirar todo el mes.

Comer mal

El informe “Emergencia alimentaria: Análisis de situación de los barrios populares” elaborado por la organización Barrios de Pie, respalda esta hipótesis. Fue realizado entre 38.622 niños, niñas y adolescentes de barrios populares que asisten a espacios comunitarios en 16 provincias del país. Los resultados reflejan un panorama sombrío: la “malnutrición global” de estos niños es del 48,6%; un 4,5% más alto que en 2019. Uno de cada dos niños está malnutrido. Las alteraciones más frecuentes fueron el sobrepeso, detectado en el 20,9% de los casos; y la obesidad, en el 24,5%. El déficit de peso, en cambio, se ubica en un 3,2% global. Por otro lado, la baja talla, que suele ser producida por desnutrición crónica, alcanza el 6,7%. “En los barrios populares hay mayor prevalencia de chicos con sobrepeso, obesidad, baja talla y desnutrición. Hoy lo que hay es un alto consumo de alimentos rendidores pero bajos en nutrientes, y eso genera muchos casos en los que se combinan excesos de peso con anemias. Eso afecta muchísimo el desarrollo de los chicos porque no son solo las calorías las que dan energías sino otros nutrientes esenciales que se encuentran en los frescos como frutas, verduras, carnes y lácteos”, señala Marcos Caviglia, médico de familia y coordinador del equipo de salud de Barrios de Pie.

En los hogares dónde muchos chicos se van a dormir con un mate cocido en la panza; dónde la plata solo alcanza para preparar un guiso de arroz o fideos; dónde se consumen demasiadas calorías y pocos nutrientes, se da la peor combinación posible: chicos petisos, gorditos y con altos riesgos en su desarrollo.

Para aumentar el alcance de las políticas alimentarias, desde el Ministerio de Salud de la Nación sostienen que realizaron una fuerte inversión en nuevas líneas de abordaje como la prevención de la anemia, el acceso a fórmula de inicio en lactantes menores de 6 meses, el abordaje de la desnutrición aguda en comunidades indígenas o rurales, y la promoción y el fortalecimiento de la lactancia. También aseguran que se están implementando políticas para mejorar la alimentación en toda la población, con foco en infancias y adolescencias. “Como se trata de un problema complejo son políticas que focalizan en la regulación de los entornos, y no recaen exclusivamente en la responsabilidad individual. Es decir, medidas integrales que favorecen el desarrollo de entornos saludables, que si bien son parte de una política sanitaria, se proponen intervenir por fuera del sistema sanitario: los envases de alimentos, la publicidad y las escuelas, entre otras. En este sentido, se destacan la sanción de la Ley 27.642 de Promoción de la Alimentación Saludable y la Estrategia Nacional de Entornos Saludables (ENES)”, señalan desde ese ministerio.

Estas son algunas fotos reales de comidas de familias que visitamos durante las recorridas de Hambre de Futuro. Lo que más se nota es la ausencia de carne, verduras crudas, frutas y lácteos en la dieta, que es lo primero que recortan cuando no les alcanza la plata.

El hambre marcado en el cuerpo

Estos chicos esconden en su gordura todas sus carencias. Comen pero comen mal. Comen pero les falta hierro, calcio y vitaminas. Tienen baja talla porque cuando su cuerpo pegó el estirón no tenían los micronutrientes necesarios para soportar ese crecimiento. Tienen el hambre marcada en el cuerpo y arrastran una desnutrición crónica. La desigualdad pisa fuerte también en la alimentación. El informe “Situación alimentaria de niños, niñas y adolescentes en Argentina”, elaborado por Unicef y la Fundación Interamericana del Corazón Argentina, evidencia que los adolescentes de nivel socioeconómico más bajo tienen 58% más probabilidades de tener malnutrición por exceso respecto a los adolescentes del nivel socioeconómico más alto. A menor nivel educativo de los padres, mayor fue la prevalencia de malnutrición por exceso reflejada en los índices de obesidad. Al prejuicio instalado que sostiene que las personas más pobres no pasan hambre porque están “gorditas”, Caviglia sostiene que no se puede evaluar la situación nutricional de una persona a partir de su corporalidad: “esas personas seguramente coman una o dos veces al día pero el problema es la mala alimentación que reciben. Por muchos factores, en los barrios populares es difícil encontrar adultos que tengan hijos y que hagan las cuatro comidas”. Abeyá Gilardón sostiene que el sistema alimentario tiene tres grandes componentes: uno de producción, uno de acceso y un tercero de utilización. “En nuestra sociedad en dónde más del 90% de la población está en núcleos urbanos, la única manera de acceder a los alimentos es a través de la compra. El tercer componente es el de la publicidad que ejerce la industria a través de los medios masivos de comunicación y los cambios sociales que va generando todo eso. Nadie elige lo que come. Eso es una falacia. Somos sujetos sociales. Estamos expuestos a nuestra propia historia y a nuestro contexto. Vos vas al supermercado y compras lo que el supermercado vende”, afirma el especialista. El fenómeno, como siempre, es multicausal. Las familias estirando la moneda para comer todos los días, la industria alimenticia ofreciendo productos ultraprocesados a bajo costo y la publicidad que promueve alimentos para niños no saludables, son algunos de los factores que más influyen. “Preparan comidas preferentemente a la olla o fritas que son rendidoras y se pueden hacer con la menor cantidad de gas posible o a la leña. Suelen ser guisos con alto contenido de fideos u arroz que es puro hidrato de carbono, y otro tipo de harinas como tortas fritas. Más de la mitad de las familias solo se alimentan con cortes de carne con alto contenido graso que es lo más barato, como menudos de pollo, mucha alita, osobuco, carne picada, espinazo”, agrega Caviglia.

El Comedor Gauchito Gil funciona en el Barrio 26 viviendas norte “Sol Hábitat” de San Fernando del Valle de Catamarca. María Rivero, la responsable, afirma que actualmente la provincia le da los alimentos para abastecer a 200 comensales y que tiene un total de 360. “Antes nos mandaban pollo, carne blanda y carne picada y ahora nos mandan salchicha, caballa y zanahoria”, cuenta.

Morir 15 años antes

Son chicos a los que les falta la “nafta” de los alimentos. Que viven en reserva. Que andan desganados. A los que todo les cuesta más. “Un cerebro necesita estar bien alimentado para poder adquirir los conocimientos, para poder interactuar con los demás, como los adultos referentes de la escuela. Si eso no se está dando cuando el cuerpo está creciendo, se genera una dificultad”, explica Brumana. Al exceso de peso, hay que sumarle el enorme déficit de actividad física y deporte que tienen los niños de los sectores más pobres. “Es algo muy complementario a la ingesta y está muy poco presente en los contextos de pobreza. Cuando se es pobre se va a una escuela en la que hay menos chances de tener una clase de educación física. Además de que fuera de la escuela eso en estos contextos también es menos probable”, afirma Tuñón. La malnutrición pone en riesgo el crecimiento físico e intelectual de los niños, especialmente en las edades más tempranas. “El impacto de la malnutrición en lo cognitivo y los aprendizajes es imposible de medir con las herramientas que tenemos. El desarrollo neurológico de los niños se da con más fuerza hasta los 2 años y que se sigue desarrollando el cerebro hasta los 6 años. Cuando vemos que el 20% tiene baja talla de 0 a 2 años nos preocupa mucho porque ese retraso del desarrollo físico muchas veces se refleja en otros órganos y puede tener un impacto en lo neurológico, no como un retraso neurológico grave sino en una dificultad de los chicos para adaptarse a la escuela, para aprender los contenidos o para vincularse con otros”, agrega Caviglia. La malnutrición es un problema de salud pública. No solo pone en riesgo el presente de los niños, sino que también se está hipotecando su futuro, exponiéndolos a enfermedades crónicas y a serias dificultades para insertarse al mundo del trabajo. Además de lo que va a significar en términos de gastos de salud, sobrecargando a un sistema ya colapsado. “En los barrios populares las personas se mueren de lo mismo que la gente de las clases medias, pero quince años antes. La malnutrición está fuertemente asociada a bajas en las defensas con más propensión a infecciones graves, problemas respiratorios y a enfermedades crónicas como hipertensión arterial, diabetes, colesterol alto y patologías cardiovasculares, los principales problemas de salud pública hoy en día”, explica Caviglia. Abeyá Gilardón respalda esta realidad: “hay muchísimos estudios que señalan que las personas más pobres tienen menor expectativa de vida. La carga de enfermedad generada por el sobrepeso o la obesidad es importante no solamente en términos de la enfermedad en sí o de la muerte a causa de esa enfermedad sino por el nivel de discapacidad que genera en la población”.

No poder elegir qué comer

Muchas de estas familias viven al día. Lo que cobran de la Asignación Universal por Hijo (AUH) lo tienen que repartir entre la comida, la ropa y los útiles escolares. Solo cuando les sale una changa, tienen un ingreso extra. Y sino, recurren a los comedores comunitarios, las ollas populares o los bolsones de comida. Ahí, no eligen lo que comen. Ahí, tampoco consiguen las frutas, las verduras y los lácteos que necesitan. “El Estado, en general, no ha logrado promover a través de sus planes sociales, una alimentación saludable. Se sacian calorías pero no se promueve lo necesario una alimentación saludable”, dice Abeyá Gilardon. El informe de la UCA señala que el 44,9% de las familias de los niños de bajos recursos reciben un bolsón o caja de alimentos, el 13,2% recibe vianda o comida de comedores no escolares y el 48,5% recibe alimentación gratuita en la escuela, jardín o guardería. En línea con la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable, la Dirección Nacional de Abordaje Integral de las Enfermedades No Transmisibles se encuentra trabajando actualmente en la Estrategia Nacional de Entornos Saludables (ENES). La estrategia promueve entornos educativos (escolares y universitarios) y laborales saludables con diversos ejes, entre los que se incluye la alimentación saludable y la actividad física. Juan Óscar Dacunda es director de la Escuela secundaria del Paraje Monte Grande, en las Islas Apipé, en Corrientes. Allí, en un entorno rural, en el que los chicos tienen que recorrer grandes distancias para llegar a la escuela, una de sus principales preocupaciones es la malnutrición de muchos de sus alumnos. “Se dificulta variar la alimentación desde la escuela porque tenemos lo que nos mandan desde el ministerio y eso no incluye frutas ni verduras” cuenta. Ante la necesidad, se hace lo que se puede. Las mujeres encargadas de estos espacios (a los que siempre llega más gente de la que el Estado cubre), preparan los menús a partir de los productos, en su mayoría no perecederos, que reciben de los programas alimentarios gubernamentales. Lo que más se sirven son guisos, sopas, arroz, con un alto aporte calórico y un bajo valor nutricional.

“Todos los días tenés alguien nuevo que te golpea las puertas para pedirte un plato de comida porque tiene hambre. Son familias que no tienen trabajo, que viven solo de la asignación o que alquilan”, dice María Rivero, responsable del Comedor Gauchito Gil que funciona en el Barrio 26 viviendas norte “Sol Hábitat” de San Fernando del Valle de Catamarca. Afirma que actualmente la provincia le da los alimentos para abastecer a 200 comensales y tiene un total de 360. La diferencia, la cubre ella. Como puede. “Desde la provincia antes nos mandaban pollo, carne blanda y carne picada y ahora nos mandan salchicha, caballa y zanahoria. Los fideos y el arroz que antes eran de buenas marcas ahora son cada vez peor y de mala calidad. Para el puchero solo nos mandan los huesos y terminamos haciendo sopa de hueso”, señala Rivero, que reconoce tener cada vez más casos de chicos con malnutrición, sobrepeso y obesidad. “Muchas veces al no tener una cocina ni los medios para cocinar, mamá y papá compran comida chatarra, un fiambre o cosas así que no son un alimento para los niños”, agrega. Rivero sostiene que son muchas las familias que solo reciben la comida del comedor y que después se acercan a pedir pan o azúcar para poder darle la merienda a sus hijos. “Antes se podía comer un asado y ahora directamente se come hueso. Las familias son muy numerosas. Algunas no tienen garrafa y cocinan con fuego. Solo llegan a hacer un guiso”, dice. Son las cinco de la tarde y todavía no llegó la mercadería de la provincia. No va a llegar ese día y María resuelve hacer unos fideos con salsa con lo que ella tiene. “La gente va y le suplica al gobierno que les den un bolsón y el que les dan tiene 1 kilo de arroz, medio kilo de fideo tallarín, medio kilo de guisero, un kilo de azúcar, un kilo de harina, un bote de aceite, una caja de leche, un puré de tomate, una lata de arvejas y una lenteja. Cada tres meses. ¿Se puede comer con eso durante 3 meses?”, resume Rivero. Para Brumana, el objetivo final debería ser que los comedores no necesitaran existir. “El modelo que tenemos que proponer es que las familias tengan los recursos y los conocimientos para poder alimentar nutritivamente a sus hijos y a sus hijas en sus casas. Esto va a requerir tiempo. Mientras tanto, hay que ver cómo se puede mejorar la alimentación que dan. Escuchando a los compañeros sabemos que hay una falta de productos nutritivos llegando hoy a los comedores”, afirma.

 

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