Por: Nelson Castro. El presidente electo sabe que debe responder también a una gran expectativa de cambio que se expresó en las urnas.
Se vive un clima particular tras el resultado electoral que consagró como nuevo presidente de la Nación a Javier Milei. Por un lado, hay en gran parte de la sociedad un sentimiento de alivio generado por haber dejado atrás al kirchnerismo. Es como haberse liberado de una pesada carga que producía agobio y daño. El kirchnerismo ha sido una desgracia, no porque todas sus medidas de gobierno hayan sido malas –aun cuando las malas fueron mayoría– sino por su concepción antirrepublicana del poder, de sus prácticas corruptas y de su visión antinómica de la política con su lógica ilógica amigo-enemigo.
El objetivo permanente de Cristina Fernández de Kirchner y sus secuaces fue la búsqueda de la suma del poder público para consagrar la impunidad de los muchos delitos de corrupción cometidos por numerosos funcionarios, comenzando por la misma vicepresidenta. A ese menú se le agregó un ingrediente que fue letal para las aspiraciones de Sergio
Massa: su desastrosa gestión, que llevó el índice de inflación a niveles altísimos que no se registraban en el país desde hace treinta años. Así fue que se sirvió de su rol como ministro de Economía para hacer uso y abuso de los recursos del Estado al servicio de su campaña. Por primera vez desde la recuperación de la democracia, al peronismo en el ejercicio del poder le explotó la bomba que fabricó como producto de su mala gestión. El “¡Ah!, pero Macri” no le funcionó. Como tampoco le funcionó la descomunal campaña del miedo que se desplegó contra el líder de La Libertad Avanza.
Convive con ese sentimiento de alivio generado por la caída del kirchnerismo otro motivado por el nuevo gobierno: la esperanza de un cambio. Eso representa un crédito fundamental para Javier Milei, que tiene el desafío de no defraudar. Es decir, no solo hubo voto bronca. El presidente electo alcanzó el poder apoyado por una avalancha de votos que muestran una transversalidad pocas veces vista. Lo votaron personas de todos los estamentos socioeconómicos. Muchos que habían votado al peronismo depositaron en la urna la boleta del binomio Milei-Villarruel. Hay un hartazgo en muchos sectores muy castigados por la pobreza con la condición de sumisión a la que los expone tener que vivir dependiendo de un subsidio, hecho que significa depender de los caprichos de un puntero y de la corruptela que lo circunda. Habrá que ver si esa expectativa de cambio se concreta. Sería algo fenomenal porque representaría un cambio de cultura de enorme impacto político en la necesidad que tiene la Argentina de dejar de lado el populismo al que la llevó el peronismo kirchnerista. Otra prueba de esa sensación de hartazgo es la impactante elección que La Libertad Avanza obtuvo en la provincia de Buenos Aires toda y en vastos sectores del Conurbano. Dejó en claro que esos fueron votos ganados al peronismo y en eso no hay discusión.
La primera semana del presidente electo lo puso en el camino de la realidad. En una de las varias entrevistas que concedió habló de pragmatismo. Fue un reconocimiento a algo de lo que se habló en esta y otras columnas de opinión: una cosa es la campaña electoral y otra, gobernar. La gobernabilidad de la nueva administración exige acuerdos políticos. La Libertad Avanza por sí sola carece del poder suficiente en el Congreso que necesita para aprobar muchas de sus propuestas. Deberá negociar –como ya se ha visto en estos días– con la casta a la que, por otra parte, ya pertenece. El acuerdo con Mauricio Macri y Patricia Bullrich es evidente. El expresidente tuvo la lucidez de jugar un pleno al ganador. Lo más importante será pues que todo eso se explicite ante la sociedad. Milei es una persona honesta. Y esa es una condición fundamental. Es un punto de partida clave luego de la oleada de corrupción que representó el kirchnerismo.
Las idas y vueltas en los nombramientos de los funcionarios que lo acompañarán durante su gestión tuvieron un toque de amateurismo. Que se entienda bien, esa misma ingenuidad fue la que lo mostró bien intencionado ante el común de la gente frente a la soberbia infinita de Sergio Massa. Ahora bien, la presidencia nunca es un buen lugar como sala de ensayo. El presidente electo deberá afinar la puntería y volver a ordenar la tropa interna. La salida de Emilio Ocampo, motivada por la elección del exsecretario de Finanzas Luis Caputo, y expresidente del BCRA, fue un golpe duro para los planes de dolarización y “desconexión” del Banco Central. Caputo no es una persona querida en el ambiente; sus ínfulas y su soberbia aún resuenan en lo más alto del Fondo Monetario. Un economista que recuerda los años del macrismo a la perfección señaló que “la renuncia de Toto al Central fue irresponsable porque se fue en el medio de una crisis y con las negociaciones con el FMI sin encaminarse. No fue en buenos términos”.
Sin mirar hacia atrás, el futuro titular de la cartera económica ya adelantó ante empresarios y banqueros que “no habrá sorpresas para desarmar la maraña de Leliqs”. Milei ya le había dejado claro que no quería nada similar a un plan Bonex. Aseguró también que “la totalidad de su programa está basada en el equilibrio fiscal y que la prioridad es establecer un ancla fiscal fuerte. El equilibrio fiscal debe empezar recortando 2 puntos del gasto público del PBI”, aseguró.
Que el árbol no tape el bosque. Milei es el primer presidente economista. Es sabido que tendrá la pericia suficiente para intervenir en las decisiones en materia de economía. Sin embargo, este doble rol encarna algunos peligros encubiertos. En primer lugar, los choques temperamentales con su ministro estarán a la vuelta de la esquina. En segundo lugar, sería esperable que, como presidente, esté por encima de las decisiones de política económica aportando una visión mucho más general y estratégica tanto a nivel local como internacional. En ese plano, la elección de Diana Mondino para conducir el Ministerio de Relaciones Exteriores parece acertada. A pesar de algunos “disparates de campaña”, Mondino es una mujer formada. El presidente electo aguantó los embates del macrismo para colocar en ese lugar a Federico Pinedo. También sostuvo a Mariano Cúneo Libarona en lugar de ceder a la propuesta –casi una exigencia– de sentar en la cartera de Justicia a Germán Garavano. En el entorno de Macri se escuchan quejas por lo que consideran una baja consideración por los votos aportados. “No nos pueden pintar la cara”, bramaron.
Milei sabe que no puede ceder un ápice si quiere ser un presidente con poder pero también es consciente de su estructura carente de volumen político. En ese delgado equilibrio se juega las primeras fichas para estabilizar su futuro gobierno.
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