Por Ernesto Tenembaum
El acto por el Día de la Democracia no incluyó a quienes no eran partidarios del Gobierno. Tampoco incorporó elementos muy sensibles de la realidad de la mayoría de los argentinos
Durante el último año, cerca de 120 mil personas murieron contagiadas de coronavirus. Eso significa que millones extrañan a un hijo, un padre, un hermano, o al amor de su vida o conocen a alguien que atraviesa un duelo, con todo lo que eso significa. El viernes pasado, mientras tanto, la democracia argentina cumplió 38 años de vida. Un aniversario de la libertad siempre es algo para celebrar. Pero si está completamente desvinculado del sufrimiento del pueblo que debería beneficiarse de esa libertad, la celebración se puede transformar en un acto lejano, en una cáscara vacía o, en el peor de los casos, en una ofensa directa. ¿Cómo fue que a ninguno de los organizadores del acto del viernes se le ocurrió que el tono entre festivo y pendenciero de la jornada debía ser compensado por un recuerdo a los fallecidos o a los familiares de esos fallecidos?
En la vida, los temas no son excluyentes. De hecho, en este caso conviven un nuevo aniversario de la democracia con el duelo de tantos argentinos. Con solo registrar el hecho, en un acto tan importante, con pedir un minuto de silencio, tal vez hubiera bastado. Sin embargo, la conducción del Gobierno se comportó como si el tema no existiera: era de otros, no de las personas que organizaron el acto por la democracia y los derechos humanos. Así las cosas, el acto por los 38 años de la democracia no solo no incluyó a quienes no eran partidarios del Gobierno: tampoco incorporó elementos muy sensibles de la realidad de la mayoría de los argentinos.
Es muy fácil ceder a la tentación del reproche moral en estas situaciones. Sin embargo, hay algo que resulta más intrigante que el orden de prioridades revelado por el Gobierno durante el acto del viernes. Alberto Fernández y Cristina Kirchner son dos políticos muy experimentados. Ellos saben, tal vez más por viejos que por sabios, que una cualidad necesaria para ejercer el liderazgo consiste en registrar lo que ocurre con los ciudadanos que deben conducir. Entonces, algo muy raro les está pasando, ya no solo en términos morales, sino en asuntos de eficiencia política. ¿Alguien entraría en un velorio a los gritos para hablar bien de sí mismo y mal de otras personas?
Plaza de Mayo (Gustavo Gavotti)
Y no se trató solo de eso. Durante toda la jornada, los Fernández hicieron referencia a las violaciones a los derechos humanos ocurridas cuarenta años atrás. La memoria histórica es un hecho fundante de la democracia y es muy positivo que los jefes de Estado machaquen sobre el tema. Pero en estos días, además, la sociedad argentina ha sido estremecida por múltiples asesinatos y hechos de represión producidos por fuerzas policiales. En el mismo momento en que Alberto y Cristina hablaban sobre los derechos humanos del pasado, por ejemplo, la policía bonaerense disparaba balas de goma contra cientos de habitantes de Miramar, que habían salido a protestar por el asesinato de Luciano Olivera, un joven de 16 años. ¿Qué habría pasado con los mismos dirigentes, o los militantes que los aclamaban, si los asesinos y las balas de goma hubieran pertenecido a la policía de la Ciudad?
En estos últimos meses, un grupo de policías porteños asesinó a Lucas, de 16 años. En una comisaría de San Clemente fue asesinado Alejandro Martinez. La familia de Facundo Astudillo Castro denunció que el chico había sido desaparecido por la policía bonaerense. La estrella de rock Chano Carpentier fue baleado en la panza por otro policía. Tanto la Bonaerense como la policía de la Ciudad desalojaron a personas que se habían instalado en predios donde no vivía nadie. Para hacerlo quemaron las pertenencias y las casillas donde vivían niños. Hace apenas unos días, la Bonaerense echó violentamente a los miembros de una cooperativa textil de Wilde del inmueble donde estaban instalados, en el cual funcionaba una escuela y un jardín de infantes. Horas después del acto, otro policía atropelló y mató a un joven de 15 años en General Rodríguez. Los familiares y vecinos salieron a protestar. Otra vez fueron reprimidos con balazos de goma. Son demasiados hechos. La mayoría de ellos fueron respaldados por el Ministerio de Seguridad bonaerense. En ninguno de los discursos pronunciados en Plaza de Mayo hubo alguna referencia a esta seguidilla.
Lo mismo ocurre casi con todo. ¿Qué será más importante hoy para la sociedad democrática? ¿La lucha contra la inflación o la lucha contra el lawfare? ¿Resolver el problema de la pobreza o convencer a la gente que antes del 2015 la Argentina era un paraíso? ¿Explicar cómo la democracia resolverá el problema de la inseguridad y el avance del narcotráfico o insistir en que Macri es el causante de todos los males? Si la prioridad es la repetidísima denuncia contra los medios y la Justicia, el nada novedoso homenaje a los doce años del kirchnerismo o la reiterada denuncia contra el macrismo, entonces lo que ocurrió en el acto del viernes fue muy criterioso. Si, en cambio, la inflación, la pobreza, el narcotráfico son los problemas centrales, otra vez aparece la misma pregunta: ¿no hay algo raro que les está pasando, una atención puesta en algún lugar que no es el que tiene que estar?
Cristina Kirchner
Hace muy poco, el peronismo recibió la peor derrota de su historia. Eso ocurrió luego de una campaña en la que cientos de veces los Fernández explicaron lo malo que había sido Macri, lo buena que había sido Cristina y la manera en que los medios y la Justicia persiguen a los luchadores populares. Más allá de si esos argumentos son ciertos o no, está claro que el método de repetirlos, una y otra vez, como si alguien todavía no los hubiera escuchado, no dio muy buenos resultados. Pero resulta que cuatro semanas después de la derrota, los Fernández arman un acto con toda la pompa. ¿Y que hacen? Vuelven a decir lo mismo: Macri es malo, Cristina un hada madrina y los medios y la Justicia persiguen a la gente. ¿Qué resultado pretenden obtener de la repetición mecánica de los mismos slogans, a grito pelado? ¿Creerán que alguien aún no los escuchó?
Alberto Fernández y Cristina Kirchner acordaron en mayo de 2018 una fórmula presidencial. Se supone que parte de ese acuerdo debía incluir el proceso de toma de decisiones. ¿Cómo se definirían las diferencias? Eso no sucedió entonces. En el acto del viernes, se pudo ver que, dos años y medio después, aún no se ponen de acuerdo. Una vez más, la sociedad fue testigo de ese agotador paso de minué donde ella le pone condiciones y él le dice “tranquila Cristina”. En este caso, el tire y afloje tuvo que ver con la eterna negociación con el FMI que el ministro de Economía calculaba que cerraría en marzo del 2021. Ella insultó en el acto al Fondo, que es con quien él está negociando. No es la primera vez que lo hace. En realidad, lo hace todo el tiempo. ¿Es normal eso? ¿No es todo demasiado extraño?
Cuando dos líderes tan importantes actúan de esta manera ocasionan daños en varias dimensiones. Primero, a sí mismos. Luego, a las ideas que defienden, o dicen defender. Y finalmente, al sistema del cual surgen y cuyo aniversario se celebraba el viernes. Por eso, fue tan atinada la breve intervención de Pepe Mujica: “La democracia es el mejor sistema que existe. Cuidenla”.
La democracia argentina ha recordado la muerte de Nestor Kirchner como la de ningún otro argentino en toda la historia del país. Con su nombre se han bautizado puentes, arroyos, asentamientos, gimnasios, escuelas, rotondas, represas, centros culturales, hospitales, escuelas, salas de primeros auxilios, canchas de fútbol, plazas, estaciones de subte, avenidas, aeropuertos y gasoductos. Otra rareza: ni José de San Martín, ni Raúl Alfonsín, ni Juan Perón recibieron tantos homenajes. Tampoco, ahora, las familias de los muertos por Covid. Aplicar semejante doble vara, tal vez no sea la mejor manera de entender el consejo de Pepe Mujica que así, viejito, adormecido, no habla demás: lo poco que dice está lleno de sentido.
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