Por José Luis Jacobo.
La caída del cerco de protección a Florencio Aldrey Iglesias fue inesperada. Se dio a causa de un privilegio más, uno en tiempo de pandemia. Aldrey, como se le conoce, no hesitó en usar sus privilegios mal habidos para hacerse vacunar a él y a sus dos fieles sobrinas. Obvio, uno aúpa a los que ama. Más, si es íntimamente.
Florencio Aldrey Iglesias —a quien me refiero habitualmente como “Ladrey”— forjó su poder a partir de la compra del Hotel Hermitage allí por inicios de la década del 1970. Con la ayuda de Alberto “Beto” Devoto —director por entonces del diario La Capital— atrajo al tout marplatense y a los integrantes de la colonia artística de Capital Federal en los años en los que la temporada de verano dejaba utilidades brutales.
El salto se produjo en 1981 con la caída de la “tablita” de Martínez de Hoz. El peso destrozado, y las deudas en millones de dólares, precipitaron la locura en la economía argentina. Alentado por Devoto —que buscaba que su fuente de trabajo no desapareciera— Iglesias inició charlas con las familias que poseían el control accionario, y compró el diario por el valor de las deudas contraídas, haciéndose cargo del pasivo.
En febrero de 1985, concurrí al Hermitage. Allí, en expectativa de hacer un reportaje a Bernardo Grispun —ministro de economía de Alfonsín—, un compañero de ruta me presento a Aldrey. Él me felicitó por mis cualidades de “locutor”. Le aclaré: “No lo soy, gracias. Ejerzo el periodismo”. Entonces, le requerí de manera inmediata: “Cuénteme como se quedo con el diario”. Su respuesta me dijo todo lo que necesitaba saber sobre él: “Hombre, con gente que no tiene orgullo, fue fácil”. Léase: lo compró por el valor del miedo que tenían, no por el valor de lo que vendían.
Audaz y mendaz, construyó su espacio de poder siempre pivoteando sobre el miedo de los otros. Disciplinó a los novatos políticos del Partido Socialista Popular haciéndoles bulling mediático. Como se oponían a sus propósitos, los eliminaron de la cita periodística y de la exposición en imágenes en el diario. Fue como una edición local de Pravda, en donde los caídos en desgracia eran eliminados de los archivos del poder.
En democracia, la política acepto las reglas de juego. Esto es: se rindieron al extorsionador. Su momento excepcional llego con el gobierno de Carlos Saúl Menem, cuando le regalaron un bien público, LU6, y apreció como el propietario del 10% del paquete accionario de Aerolíneas Argentinas. Ese porcentaje cerró el círculo de quién es, en rigor, Florencio Aldrey Iglesias: Ladrey.
Nunca fue él. El poder siempre fue de la mafia gallega, liderada por Manuel Fraga Iribarne, ministro de turismo de España y armador de la fortuna del hoy rey emérito Juan Carlos de Borbón. Antes que Leonardo Fariña, antes de las redes de Panamá y las sociedades off shore, Aldrey fue el valijero de la corona. Pero esa es otra historia (continuaré).
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