”Fue el presidente ruso que eligió Vladimir Putin porque no discutió su liderazgo. Sólo gobernó cuatro años.
El también pensó que jamás iba a ser presidente. Pero Dimitri Anatolievich Medvedev fue el elegido de Vladimir Putin para ejercer la presidencia de Rusia entre 2008 y 2012 porque era una garantía de fidelidad. Y porque no iba a poner en riesgo el liderazgo del hombre que lleva dos décadas administrando el poder absoluto en su país.
Las últimas semanas de Alberto Fernández muestran algunas coincidencias llamativas con aquel ocasional presidente ruso. El alineamiento cada vez más ostensible con el proyecto político de la Vicepresidenta hacen que algunos dirigentes del peronismo lo llamen en la intimidad “el Medvedev de Cristina”. Una comparación que entierra aquel sueño del albertismo. El que algunos de sus mejores amigos abrigaron en el amanecer de la gestión aunque, en sólo nueve meses, luce prematuramente desgastada.
Como Alberto, Medvedev también es abogado. Y también fue jefe de gabinete de Putin en 2003, el mismo año en que Fernández asumió ese cargo con Néstor Kirchner. Los dos se abocaron a los temas de Estado. Aunque el ruso eligió especializarse en la regulación de los servicios públicos. Los dos manejaron campañas electorales. Medvedev ayudó a que su jefe llegara a la presidencia en el 2000 y Alberto dirigió fugazmente las campañas presidenciales truncas de Sergio Massa y de Florencio Randazzo. Hasta allí las coincidencias.
Alberto Fernández y Dimitri Medvedev
Es que Medvedev se dedica desde joven a los deportes y compitió en levantamiento de pesas. El Presidente prefiere seguir por TV la campaña de su Argentinos Juniors. Y si el ruso se ha declarado fan del rock pesado de Deep Purple y Black Sabbath, Fernández no esconde su predilección por los acordes retro de Litto Nebbia y Gustavo Santaolalla.
Lo cierto es que Medvedev ejerció su mandato con obediencia a la estrategia de Putin y fue bien recompensado al final de su gestión. Ni bien terminó su único período presidencial, asumió como primer ministro del líder ruso en 2012 y allí estuvo hasta enero pasado, cuando renunció y juró como vicepresidente del Consejo de Seguridad nacional. Una jubilación agradable para un hombre de 54 años que jamás pensó en la fantasía de su reelección.
Vladimir Putin y Dmitry Medvedev. El actual presidente ruso y su delfín en el poder entre 2008 y 2012. Foto: EFE
Esa es la incógnita que se cierne cada vez más sobre Alberto Fernández. ¿Es el Medvedev argentino que vino a cumplir los deseos de Cristina sin salirse jamás del camino acordado? La última semana mostró al Presidente acomodando su sintonía como nunca antes al empuje incontenible de la Vicepresidenta. La cláusula Parrilli contra los periodistas, introducida como provocación en la reforma judicial y celebrada en las redes sociales por el kirchnerismo más rancio, demostró que la dueña del proyecto no era la ministra Marcela Losardo, como tampoco lo eran Vilma Ibarra ni Gustavo Beliz, ya alejados de una iniciativa que se desvirtuó hasta convertirse en bandera cristinista.
También tienen el sello indeleble de Cristina el reemplazo del invisible Sergio Lanziani en la Secretaría de Energía por el diputado neuquino Darío Martínez, quien estaba a cargo de la comisión de energía en la Cámara Baja y había desarrollado desde allí un vínculo sólido con Máximo Kirchner. Una designación que se complementa con la influencia que la Vicepresidenta tiene ya sobre YPF.
Y por el mismo sendero caminó el decreto de necesidad y urgencia del Presidente para convertir en servicios públicos la telefonía, la televisión paga y la provisión de internet. Las directivas para intervenir fuertemente el sector bajan directo desde el Instituto Patria y el vocero es el ex radical Gustavo López, segundo del massista Claudio Ambrosini en el Enacom. La fricción entre Cristina y Sergio Massa es el fusible que pone a prueba la salud de la coalición de gobierno. El día en que no soporte más los cortocircuitos, el Frente de Todos pasará a ser simplemente el frente de algunos.
Alberto Fernández y una juntada a tocar la guitarra con Gustavo Santaolalla.
En este territorio volcánico se ha transformado la geografía en la que se mueve el Presidente. Por eso su estrategia consiste, cada vez con más frecuencia, en reflotar la figura de Mauricio Macri para recuperar centralidad en la discusión política y la imagen de gestión que no encuentra el piso en su descenso. La última medición de Management & Fit lo ubica ya por debajo del 48% de aceptación, el número mágico con el que ganó la elección presidencial. Una parábola que evolucionó desde aquellos indicadores muy altos del comienzo de la pandemia a este regreso atolondrado al punto de partida.
En ese paracaidismo sin red, Alberto pronunció una frase tan incierta como innecesaria. “A la Argentina le fue mejor con el coronavirus que con el gobierno de Macri”, dijo sin detenerse a reflexionar sobre los números espantosos que alumbran sus primeros nueve meses de gestión. Un 13% de caída en la actividad económica; más de un millón de despidos y suspensiones, y un nivel de pobreza que antes de fin de año va a superar el 50%. No es casualidad entonces que Cristina omita cualquier referencia a las consecuencias de una pandemia que, con más 7.300 muertos, ya despegó a la Argentina del club de los países que mejor combatieron al virus.
“Medvedev siempre fue funcional a Putin y jamás dijo una sola palabra en su contra”, explica la periodista Hinde Pomeraniec, autora de “Rusos de Putin” y una de las personas que mejor conoce el país que pasó de 72 años de comunismo a una democracia restringida donde el principal dirigente opositor, Alexei Navalny, acaba de denunciar que quisieron envenenarlo con una taza de té. Como diría Luca Prodan, mejor no hablar de ciertas cosas.
Con tuits y videos lapidarios que hoy lo atormentan, Alberto Fernández tuvo su etapa de enojo con Cristina y, en la campaña electoral, hasta explicó en público que tenía un proyecto político que pronto iba a dar a conocer. Quizás, como lo hizo el ruso Medvedev, su horizonte sea de cuatro años y no de ocho con el plus de la reelección. Una supervivencia breve y extraña para ese laboratorio de la eternidad en el poder que siempre ha sido el peronismo.
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