Por: Nicolás Wiñazki. El Presidente nunca volvió a retomar una relación de confianza con los dirigentes camporistas que encabezaron las renuncias masivas. Qué pasó con Wado de Pedro.
La vicepresidenta Cristina Kirchner apenas se habla con el presidente Alberto Fernández. Es un vínculo roto. Desde que la coalición de gobierno fue derrotada en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) el domingo 12 de septiembre, los Fernández profundizaron sus diferencias respecto a las políticas cruciales de la gestión de un país en crisis.
Ella demostró que es la que ejerce el poder real de la Nación. En los cinco días que se sucedieron tras los comicios ella presionó en privado y en público con modos brutales para que él cambiara su Gabinete Nacional. Empujó para que renunciara todo el equipo económico al mando de Martín Guzmán y también insistió ante el Jefe de Estado para que deje su cargo el entonces jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, que finalmente fue reemplazado por el gobernador de Tucumán en uso de licencia, Juan Manzur.
En una furibunda carta que difundió a cuatro días de que el kirchnerismo perdiera las primarias, Cristina Kirchner, entre otras consideraciones escritas de modo descarnado, le exigió al Jefe de Estado que hiciera dimitir a su vocero y amigo, Juan Pablo Biondi. Lo acusó de operar en los medios en contra suyo. Antes le había ordenado a todos los ministros y secretarios de Estado que le responden que presentaran su dimisión al Presidente a modo de presión para que él finalmente cediera y modificará a su equipo de Gobierno.
Finalmente, pasó. Biondi renunció de forma indeclinable el viernes 17 de septiembre, a cinco días de las PASO dramáticas para el Frente de Todos. Era el funcionario que pasaba más horas al día junto al Jefe de Estado. Alberto Fernández ha dicho frente a testigos que esa intromisión de la vice sobre quién debe y quién no ser parte de su grupo de asesores de mayor confianza fue una acción que le costará perdonarle a su autora.
Todas esas operaciones que impulsó la vice laceraron la imagen pública del Presidente. La oposición más dura estaba dentro de la coalición de Gobierno y no en un partido oficialmente adversario del PJ-K.
El mandatario hizo cambios en su Gabinete, pero no exactamente lo que les había exigido la vicepresidenta. Solo le aceptó la renuncia a quien era ministro de Ciencia, Roberto Salvarezza, para reemplazarlo por un experto en ocupar cargos públicos, su amigo Daniel Filmus.
El Presidente dejó trascender que hasta que pasen las elecciones generales del 14 de noviembre no habría más modificaciones en el funcionariado.
Dejó de hablarles a varios de los ministros que aceptaron la orden de Cristina de hacer pública su dimisión. Entre los más afectados por la bronca del Presidente se encuentran los titulares de Cultura, Tristán Bauer; la jefa del PAMI, Luana Volnovich, militante de La Cámpora; o funcionarios de bajo perfil pero que manejan “cajas” multimillonarias como Martin Sabbatella, presidente del ente encargado de cuidar y mejorar el medio ambiente de los ríos La Matanza-Riachuelo, llamado Acumar. Los ministros y secretarios de Estado “silenciados” por Alberto son muchos más. Puede intercambiar palabras de ocasión o hablarles en una comunicación breve e ineludible, pero ya perdieron su confianza. También existen excepciones y ha perdonado a otros de sus ministros “cristinistas”, sobre todo al titular de Interior, Eduardo “Wado” De Pedro.
La vice aún no está conforme con la gestión de Gobierno. Es un mantra que repite y repite ante tantos interlocutores que esa percepción ya se diseminó en la dirigencia K más influyente.
El funcionario en el que ahora descansa el Presidente es el nuevo jefe de Gabinete, Juan Manzur. La vice preferiría que ese cargo fuera ocupado por De Pedro, pero el gobernador de Tucumán, amigo de Alberto Fernández, pidió licencia en el Ejecutivo de su provincia y terminó siendo aceptado también por ella, a pesar de que había hecho públicas críticas a ése mismo que ahora elogia.
Según interlocutores de la vice, ella es consciente de que es casi imposible que el oficialismo remonte el resultado de las PASO. ¿Qué hará el día después de esa nueva derrota, si finalmente ocurre? Es un enigma.
El poder político, el económico, y otros sectores que tienen roles relevantes en la vida pública nacional aguardan esos momentos para conocer si el muy posible fracaso electoral K, o tal vez una remontada extraordinaria de votos, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, terminan por definir de modo rotundo, claro, y sin lugar a dudas, el dilema sobre quién tiene realmente el poder en el oficialismo. ¿Ella se animará a avanzar definitivamente sobre el Gobierno con subalternos fieles dejando al Presidente como una figura débil, casi protocolar durante los dos años que restan para que termine su mandato?
¿O será también la vice considerada la “madre” de la derrota electoral si es que se repite como en septiembre el resultado de los sufragios? ¿Aceptará Cristina ser la titular de un Senado donde tal vez pierda la mayoría automática de los votos? El panorama es complejo.
La vice está obsesionada con la economía y responsabiliza a Guzmán de todos los males. Hace meses que insiste en que renuncie. El funcionario tiene el apoyo del Presidente.
Ambos, igual que Manzur y Sergio Massa, por poner ejemplos de otros “socios” del oficialismo, consideran crucial que se llegue a un acuerdo con el FMI. Los Kirchner afirman que no. Al menos no en los términos que exige ese organismo internacional.
La llegada del último funcionario nacional que renovó una parte del equipo de Economía fue idea de la vice: Ricardo Feletti es el nuevo Secretario de Comercio Interior y ya intenta imponer con presiones públicas a las empresas del sector de alimentos un control de precios en supermercados de grandes cadenas, otros más pequeños y también negocios de cercanías.
La inflación no se detiene. La vice parece querer controlarlo todo. Junto a su hijo Máximo también impuso un cambio de Gabinete en la gobernación bonaerense de Axel Kicillof. Lo obligó a cambiar a su jefe de Gabinete para que ahora ese cargo esté bajo mando del intendente en uso de licencia de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Hubo otros enroques de funcionarios de confianza de Kicillof que debieron aceptar dejarle sus puestos a intendentes del conurbano bonaerense.
Esos intendentes, al menos varios de ellos, se lamentan por el fracaso electoral en las PASO, y se quejan también porque en la nueva campaña K, por ejemplo, debieron ir a supermercados a controlar los nuevos precios supuestamente congelados por Feletti. “Es una tarea ingrata para nosotros sacarnos una foto en plena campaña mientras como si fuéramos inspectores mirando cuánto vale la leche”, se sinceró ante TN un jefe comunal que en público jamás criticaría a la vice.
Esa misma tarea les fue encomendado a los gobernadores peronistas. Muchos la esquivarán. Muchos empezaron a alzar su voz crítica contra la antes “inmaculada” Cristina Kirchner.
Quién se le animó a contestarle en público sobre temas de energía fue el habitual silente en el conflicto gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti. Una serie de posteos en las redes de la vicepresidenta sobre el precio de los servicios públicos en la provincia mediterránea y Buenos Aires hizo reaccionar al mandatario cordobés.
El intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk, también dijo en entrevistas que el oficialismo perderá las elecciones generales, y fue lapidario respecto a cómo se desarrolló la campaña electoral. Ella sabe que el PJ tradicional intentará mermar su poder.
Nadie salvo ella misma conoce cómo reaccionará ante un nuevo escenario político. Por ahora calla o se rodea de La Cámpora, liderada por su hijo, para fustigar a la oposición, a Macri, la prensa, el FMI, y la Justicia. Igual que lo hizo siempre. Pero ahora ante un futuro complejo quizás pierda poder e influencia sobre el Gobierno. Una situación que nunca vivió en circunstancias parecidas a las de la Argentina de hoy.
Algo planea. En secreto. El tiempo dirá.
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