La ruptura en Juntos por el Cambio abre nuevos escenarios. El rol de la ultraderecha. Las dudas de Alberto y Cristina, y la jugada de Massa.
Por: Nicolás Lantos.
Horacio Rodríguez Larreta grabó cuatro versiones del video que publicó el lunes pasado, con cuatro anuncios diferentes sobre el modo de votación de las autoridades porteñas. En ninguna de ellas se inclinaba por la opción que le había indicado Mauricio Macri: la unificación con las elecciones nacionales, imprescindible para que la candidatura presidencial del PRO arrastre a la de su primo Jorge, designado gerente de los negocios que desde hace 16 años constituyen, a la vez, el motor y el motivo del proyecto político que el expresidente ahora pugna por seguir conduciendo.
El quiebre con Macri fue sorpresivo pero también, estiman eximios conocedores del paño con el diario del lunes, inevitable. En primer lugar, desde el domingo anterior, cuando el entonces todavía jefe político dio una entrevista con el sólo objetivo de entregar un mensaje: “No creo que Horacio haga eso. Sería ir en contra de los vecinos. Es más gasto del Estado, más tiempo de votación, más filas. Sería ir en contra de todo lo que estuvimos trabajando estos años”, dijo, con el peso de una cabeza de caballo entre las sábanas. “No hay que cambiar las reglas pensando que de esa manera se va a manipular el voto de los porteños”, sentenció.
Pero sobre todo porque algo ya se había roto antes. La historia de esa ruptura comenzó a escribirse en el momento impreciso en el que, a partir de la irrupción de la ultraderecha en el escenario político mainstream, el electorado de Juntos por el Cambio empezó a partirse en dos sectores aparentemente irreconciliables. El paso que dio el jefe de gobierno de la Ciudad siguió un camino que ya había elegido previamente su electorado, con el que se comunica a través de focus groups y encuestas que sigue prácticamente en tiempo real. La fragmentación es un fenómeno de bases, no de cúpulas.
La ruptura subterránea emergió a la superficie a partir de la amenaza de Macri a Rodríguez Larreta, que quedó en la disyuntiva de confrontar o asumir lo peor que puede asumir un dirigente político argentino en 2023: que no tiene autoridad o que todo su poder es delegado. Un pecado mortal en cualquier lugar, todo el tiempo, pero especialmente aquí y ahora, después de la experiencia fallida del Frente de Todos. La pregunta que cabe hacerse en todo caso es si el expresidente cometió un error de cálculo o si la reacción fue, en realidad, el efecto deseado.
El factor Milei
Durante toda la semana se vio un coqueteo intenso entre Macri, Patricia Bullrich y Javier Milei que profundizó las especulaciones sobre la salud de Juntos por el Cambio y las posibilidades de una permutación en la oferta electoral que hoy muchos dan por sentada. Por ahora los protagonistas descartan en público esa posibilidad, pero los quiebres en general no se anuncian anticipadamente sino que tan solo se consuman. Si ese es el camino elegido, obligar a Rodríguez Larreta a dar el primer paso puede preparar una narrativa que lo deslinde de la responsabilidad por el quiebre.
Más conjeturas surgieron en torno a la renuncia de Bullrich a la presidencia del PRO. La explicación oficial es que ella no puede ser al mismo tiempo presidenta del partido y precandidata en las PASO. Un tiro por elevación al alcalde pocas horas después de que decidiera sin consultar el formato electoral. En el entorno de la exministra algunos se entusiasman y llegan a sugerir que él también debería tomarse una licencia, algo que desde el gobierno porteño descartan como un absurdo. No están tan seguros sobre el futuro inmediato del retador Jorge Macri, impugnado precandidato y ministro de gobierno a la vez.
En Parque Patricios hay quienes sospechan que el paso al costado tiene que ver con la decisión de la IGJ de intervenir el Instituto de Estudios Estratégicos en Seguridad, una sociedad sin fines de lucro que Bullrich utilizaba para canalizar fondos de campaña y sobresueldos para ella y su equipo, en el que se destacaba el inefable Gerry Millman, cada vez más complicado en el intento de asesinato de CFK. Según esta versión, que circuló profusamente en whatsapps opositores en la semana, ese asunto tiene muchas posibilidades de empiojarse y es prioritario preservar el sello partidario.
La versión número tres es subsidiaria del coqueteo de la exministra con la ultraderecha, una línea roja que muchos socios de Juntos por el Cambio se niegan a cruzar. Mientras permaneciera como titular del PRO, esas negociaciones podrían poner en riesgo antes de tiempo la salud de la coalición. Como una dirigente sin responsabilidad institucional en el partido, puede avanzar con menos cuidado en esa exploración. El tiempo terminará ordenando los espacios pero no antes de lo que dicte la estrategia. No solamente la Coalición Cívica y la UCR vetan un acuerdo con Milei. Rodríguez Larreta también.
Largada electoral
La gran novedad, a partir de lo que sucedió esta semana y de cara al ciclo electoral que este fin de semana empieza a tomar temperatura en Río Negro y Neuquén (dos provincias donde la fragmentación es más fuerte que la grieta, dicho sea de paso), es que si hasta ahora toda la atención estaba puesta en lo que iba a pasar el 24 de junio, cuando el calendario electoral prevé que se cierren las listas y se definan las candidaturas, el centro gravitacional de la rosca ahora se adelantó días, hasta el 14 de junio, que es la fecha señalada para que se inscriban las alianzas.
Este nuevo panorama le plantea más claramente al Frente de Todos una urgencia por comenzar a resolver su estrategia electoral. El surgimiento de una eventual alianza de centro donde confluyan una parte del PRO, la mayoría del radicalismo y la Coalición Cívica rápidamente concentrará al peronismo opositor y no tardará mucho tiempo en comenzar a corroer los bordes de la coalición de gobierno, sobre todo si la alternativa aparece mejor posicionada en las encuestas y si el oficialismo sigue evitando darse definiciones y posterga mucho más el armado de candidaturas competitivas.
A la Casa Rosada llegaron, en los últimos días, ocho encuestas para consumo interno. Ninguna fue publicada. En cada una se midió un escenario diferente, con distintas combinaciones de candidaturas para cada espacio. De las ocho, en seis gana Juntos por el Cambio. En las otras dos se impone Milei y el peronismo queda tercero. En todas, sin embargo, la diferencia entre los tres espacios es escasa. En ningún escenario, ninguna fuerza pasa de los treinta puntos. Lo que alarma es la tendencia: Milei para arriba, JxC estable, el FdT en descenso. Los tiempos para revertirlo se acortan.
Aunque todavía no lo hizo oficial, Alberto Fernández dejó de actuar hace rato como precandidato. La publicidad de los actos públicos que lo tienen como protagonista es una fracción comparada a la del verano. Hasta sus propios funcionarios opinan en privado que debe apurar el anuncio; él, como acostumbra, apuesta a dejar pasar el tiempo. Piensa, por ejemplo, en el Congreso del PJ, el mes que viene. Demasiado tiempo, dadas las circunstancias. Que el kirchnerismo también haya postergado su decisión hasta el 25 de mayo no ayuda a imprimirle celeridad al trámite.
Pero él también necesita tiempo para instalar un candidato que lo represente en las PASO. Ya no habla de Daniel Scioli, al que le recrimina haberse cortado solo. Hay dos figuras de su gabinete que Fernández considera adecuadas para confiarles esa tarea. Las dos tienen orígenes distintos pero están igualados por su militancia ecuménica hacia el interior del Frente de Todos, que, entre otras ventajas, las deja a salvo de un veto emanado desde el primer piso del Congreso. Las dos podrían ser garantes de una interna sin golpes debajo de la cintura. Ninguno va a mover un dedo hasta que el presidente no dé por concluido su ciclo.
Del otro lado de la llave, Wado de Pedro enfrenta resistencias inesperadas mientras sigue caminando como candidato e intensificará su actividad en el interior del país. Su apuesta es construir una base de apoyo territorial, consolidada sobre la espalda de gobernadores, intendentes, sindicatos y organizaciones, que le imprima volumen político a su candidatura antes de que llegue la necesaria bendición de Cristina Fernández de Kirchner. Llegado el caso, ser el candidato de CFK, no ser candidato por CFK. Ya se dijo en esta columna: el poder delegado cotiza muy bajo en esta temporada electoral.
Aunque por motivos diferentes, Sergio Massa llegó a una conclusión similar. Va a necesitar el apoyo de Cristina si quiere convencer a ese sector del electorado, pero no puede ser percibido como el candidato de ella si no quiere espantar a otro. Lo que está claro es que, ahora sí, apuesta en serio en este turno. A diferencia de hace unos meses, ahora no niega en privado que quiere jugar. Si el 7,7 por ciento de inflación de marzo no lo disuade, ninguna otra cosa lo hará. Su caballito de batalla será la estabilización. Si llega a octubre con la economía domada tendrá su chance de apelar a que los argentinos voten bilardismo.
Pero no solo de estabilidad vive el hombre. De su enésimo viaje a Estados Unidos el ministro de Economía volverá con un premio mayor: la promesa de una recalibración de los términos del acuerdo con el FMI que despeje definitivamente los fantasmas de la balanza de pagos por lo que resta del 2023. La sequía será el argumento que justifique concesiones amplias. Y, como adelantó El Destape, en junio viajará a China, casi con disfraz de hombre de Estado: planea volver con acuerdos e inversiones concretas que revitalicen el vínculo con Beijing. Pragmatismo es el nombre del juego. Deberá comenzar a exhibir resultados.
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