En la intimidad de su despacho, y frente al conductor Oscar González Oro, Alberto Fernández intentó despejar un interrogante que circuló, sobre todo, en los círculos de poder en los últimos días: ¿quién manda en la Argentina?
“No hay doble comando, al final decido yo”, respondió el Presidente. La aclaración “al final” en el contexto de la explicación no es menor, ya que da cuenta de diferencias internas y de un proceso de fuerte debate detrás de las medidas más importantes.
En el Gobierno, reconocen que Cristina Kirchner está presente y mucho. En todo. Habla vía chat de Telegram o por teléfono todos los días con Fernández. El viernes ella lo visitó durante dos horas en Olivos. “Discuten, pero logran una síntesis”, sostiene un funcionario cercano al Presidente, que busca minimizar la tensión en el vínculo.
Aunque no lo admitan abiertamente, ella tiene la atribución del veto (lo ha hecho con designaciones en el gabinete, por ejemplo), pero la herramienta más venenosa para la Casa Rosada es el “dejar hacer”. La vice no ordena a su tropa, que se retoba y pone en crisis el liderazgo presidencial.
Cuando Cristina Kirchner era jefa de Estado, la comunicación estaba digitada al dedillo: ministros, funcionarios y dirigentes debían tener autorización para hablar; se les bajaba un discurso preciso sobre qué decir; y, aquellos que no tuvieran millas en los medios, debían atravesar por un entrenamiento previo en el programa 678.
En esa línea, es curioso como el kirchnerismo duro se convirtió en un grupo de libre pensadores que instalan temas y se plantan ante la máxima autoridad (formal) del país.
La lista de diferencias es larga: “presos políticos”, política de seguridad, renegociación de la deuda, relación con la oposición, reforma judicial. Cristina no protagoniza en general los cortocircuitos, pero tampoco los desactiva.
El tema que la devolvió en el centro de la escena, aún cuando estaba en Cuba, fue la pulseada con el Fondo Monetario Internacional. Allí levantó el dedo para acusar al organismo de incumplir su propio estatuto al prestarle a la gestión anterior y permitir una “fuga de capitales”. Por eso, sostuvo, debe otorgarle una quita al país, algo prohibido. El razonamiento de Cristina es el siguiente: le dice al Fondo que si, en todo caso, ya violó el reglamento por Macri, ahora lo viole por ella.
Fernández amasa desde hace tiempo una alianza con el FMI. Lo quiere de su lado y sabe que al organismo tampoco le hace gracia romper con la Argentina, su principal deudor.
Por su cuenta, Cristina le echa fuego a la negociación. Pero eso tiene un efecto para la tribuna y no impacta en las conversaciones. Eso se constata en los detalles: el jueves, antes de que el vocero del FMI, Gerry Rice, brinde una conferencia de prensa en Washington, interlocutores hicieron llegar al gobierno argentino las declaraciones que haría sobre la negociación y los dichos de la ex presidenta. Una gentileza que habla de la intención de acordar posiciones.
Cristina le echa fuego a la negociación. Pero eso tiene un efecto para la tribuna y no impacta en las conversaciones
“Las diferencias son parte del juego. A nosotros nos conviene quedar del lado de la racionalidad”, interpreta un asesor que acompaña a diario a Fernández. Dice que les sirve que Julio De Vido pida a gritos una reforma constitucional desde su prisión domiciliaria en la quinta de Puerto Panal, en Zárate. ¿Es así? ¿Cuál es la ventaja de un constante petardeo interno?
La oposición en este panorama quedó desdibujada. La hegemonía del peronismo/kirchnerismo es tal que el mismo espacio encabeza la defensa y la crítica más brutal al Gobierno.
Fernández se dedica a apagar pequeños incendios provocados por miembros de la alianza gobernante. Busca contener, y no “hacer tronar el escarmiento”, usando la jerga de Perón. El Presidente saca corriendo de su despacho a los dirigentes que van con la propuesta de armar el “albertismo”. No quiere saber nada de política, por ahora.
Un intendente de PJ, de diálogo con Fernández, vaticina sobre el timming de la relación: “Si hay una pelea a fondo entre Alberto y Cristina, va a ser ella la que la impulse y no al revés”. Lo que nadie se anima a pronosticar es el resultado de esa batalla.
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