La advertencia que sacudió otra vez al Gobierno

La advertencia que sacudió otra vez al Gobierno

Massa sintió que no lo respaldaban en su intento de ordenar la economía y le hizo llegar el mensaje a Cristina, quien salió a apoyarlo ante el temor de otra crisis; los mensajes desoídos que dejaron Mariano Rajoy y Felipe González en su paso por el país.

Por: Jorge Liotti. 

Mariano Rajoy asintió con la cabeza cuando Mauricio Macri planteó que había que terminar con los populismos porque era el germen de los problemas en la región. Pero el expresidente español, con su verba tan pulidamente gallega, aclaró: “Es cierto, aunque hay que hacer el ordenamiento fiscal manteniendo los equilibrios y el sentido pragmático”. Intervino entonces su colega colombiano Álvaro Uribe para coincidir en que “es clave establecer compensaciones sociales en el camino hacia la reducción del déficit”. El almuerzo organizado por la Fundación Libertad que los reunió hace diez días en Puerto Madero había avanzado en su intercambio más atrapante al desglosar la preocupación de los exmandatarios de centroderecha por enfrentar la inflación y el rojo en las cuentas públicas sin alteraciones en las calles. Uribe incluso detalló las dos conversaciones que mantuvo con el actual presidente, Gustavo Petro, un izquierdista confeso y su más férreo enemigo político, en un intento por acercarle su mirada. Macri mantuvo un silencio distante en todo este tramo. No parecía estar en la misma sintonía.

Una semana después, desembarcó en Buenos Aires otro español de renombre, Felipe González, con un encargo especial del “Grupo de los Seis”: evangelizar sobre las virtudes del diálogo y del acuerdo, en la inspiración de los 40 años de los Pactos de la Moncloa. Antes de exponer, fueron a saludarlo a una sala vip en el Hotel Alvear varios de los invitados a la charla. Había allí jueces de la Corte, ministros del Gobierno, jefes gremiales, representantes de la oposición, empresarios y economistas. En un momento se habían reunido 50 líderes con poder real en 60 metros cuadrados. “Si todos los que están acá se encierran hasta ponerse de acuerdo, la Argentina andaría mucho mejor”, se le escuchó decir por lo bajo al expresidente socialista. Después en público le dijo a la dirigencia política que deben tener una vocación auténtica de consenso si quieren evitar daños mayores para el país; a los gremialistas les recordó que en la Moncloa sus pares habían aceptado una suba salarial acotada para anclar la inflación; y a los empresarios les advirtió que si solo priorizan su rentabilidad se van a quedar sin mercados porque una mayor pobreza termina después afectando sus negocios. Elementos básicos de un acuerdo general que todos los presentes disfrutaron escuchar, pero que al mismo tiempo reconocen inviable para la Argentina de hoy. “Lo que dice Felipe es sentido común y alta política, pero acá estamos muy divididos. ¿Quién convoca a ese diálogo? ¿Para hablar sobre qué”. El comentario de uno los economistas de renombre allí presente sintetiza una fuerte sensación de imposibilidad. En definitiva, en 1977 España salía del franquismo, era un país en construcción, nadie tenía la fortaleza suficiente para encarar la transición por sí mismo y había líderes dispuestos a hacer concesiones. Ninguna de esas premisas se cumple hoy en el país.

Durante su estadía, González también se reunió con las principales figuras políticas. Gerardo Morales lo impresionó muy favorablemente. Horacio Rodríguez Larreta también, aunque lo notó más previsible. Allí el concepto del diálogo encontró un eco natural. Con Macri fue distinto: lo notó más cómodo con la polarización como un método de identidad política. Algo parecido ocurrió con Patricia Bullrich. Sergio Massa se excusó por un problema de agenda, y con Juan Schiaretti habló por teléfono. La más reservada de todas, como siempre, fue la reunión con Cristina Kirchner. La vicepresidenta reflotó sus últimos mensajes públicos sobre una convocatoria a un acuerdo con la oposición, aunque claro, lo plantea desde sus propios términos. Es decir, abrir los brazos mientras los acusa de estar detrás del intento de magnicidio que sufrió. Lógicamente Felipe González también cenó con Alberto Fernández, una velada con sus respectivas parejas que discurrió entre generalidades. Fue casi un diálogo entre expresidentes. Al mandatario argentino le gusta reflexionar sobre las ingratitudes de la gestión con sentido revisionista, como pensando en el día después. Lo hace al mismo tiempo que deja trascender que sigue dispuesto a dar pelea por su reelección y que la economía hoy exhibe mejores números que en 2015 para Daniel Scioli o que en 2019 para Mauricio Macri.

Antes de partir de regreso, Felipe González reconoció en alguna charla reservada que es complejo lograr un consenso en el estado de fragmentación actual, pero recomendó avanzar después de la elección presidencial 2023 y antes de la legislativa de 2025. Quienes promovieron su visita piensan que debería ser algo más inminente porque temen que la situación se desmadre antes. Solo bastaba mirar por la ventana el piquete de la 9 de Julio haciendo colapsar el centro porteño, mientras los economistas pronosticaban un repunte de la inflación para octubre, la Corte Suprema hacía su pronunciamiento más político para jaquear el “ardid” de Cristina en el Senado, y la vicepresidenta denunciaba con un argumento poco verosímil al macrismo por el ataque que sufrió. El mensaje de la concordia felipista es una botella en el mar. Como los consejos de Rajoy y Uribe para pensar un ordenamiento fiscal con compensaciones sociales. El fragor del presente no permite todavía asimilar esas señales que vienen desde el mundo exterior.

El mensaje de Massa

El vértice donde se unen todas las tensiones es Sergio Massa, el hombre que hoy sostiene lo que queda de la gestión de Gobierno y los restos de lo que supo ser el Frente de Todos. Ese frágil equilibrio estuvo a punto de resquebrajarse hace dos semanas e hizo temer por un momento el regreso de las turbulencias severas de julio. El ministro de Economía sintió que estaba quedando excesivamente expuesto a las presiones internas de la coalición como el único responsable del recorte del gasto público, y sin apoyo de los otros referentes de la coalición. Le hizo llegar este mensaje a la vicepresidenta y mandó a instalar una rápida operación para que su nombre apareciera como candidato a la presidencia del BID. Sobrevoló por unos días el fantasma de la debacle que significaría la salida del ministro. “Percibió que no había indicios claros de respaldo y que estaba empezando a quedar en un rol como el de Martín Guzmán, el solitario responsable del ajuste”, interpretaron en el Instituto Patria. De allí salió la decisión de Cristina -reconocida por su insuficiencia biológica para el elogio- de destacar su gestión en el acto de la UOM. También la reafirmación al día siguiente de Máximo Kirchner (con quien parecería haber trabado algo así como una relación personal, si existiera ese término en política) y después de los intendentes. Massa reconoció el gesto y devolvió gentilezas. La entrevista que brindó en TN tuvo el tono de quien piensa seguir en su lugar. Se trató solo de un amague, pero alcanzó para generar temor.

Para el kirchnerismo Massa simboliza un dilema, porque no piensa como ellos, pero es disuasivo y pragmático. Le reconocen una gran habilidad política, con lo cual no lo pueden enfrentar. Pero sí lo buscan condicionar porque tienen la convicción de que la situación social está al límite y que no queda otro camino que distribuir más fondos desde el Estado. El primer round quedó empatado: la enorme presión que Cristina expuso cuando habló del crecimiento de la indigencia en el primer semestre derivó en el otorgamiento de un bono de $45.000 para los sectores más postergados. Sin embargo, su instrumentación fue tan engorrosa que el número de los inscriptos fue muy inferior al previsto. En el Gobierno reconocen que “no se hizo suficiente difusión y se incluyeron requisitos que eran muy difíciles de cumplir”. El discurso quedó a salvo, pero el impacto real fue intencionalmente acotado. Lo mismo ocurrió con la actualización anunciada esta semana para los jubilados, que quedarán otra vez por debajo de la inflación.

La segunda partida se dio con los acuerdos de precios, y también terminó en tablas. Massa originalmente se resistía porque entiende que es una herramienta ineficaz, pero como la insistencia kirchnerista era sostenida, se involucró en el tema para hacerlo con su impronta. Buscó un entendimiento con los privados y les dio un incentivo de acceso a dólares para importar. Según uno de los empresarios que estuvo en la presentación, “60 días este esquema aguanta, después depende del nivel de inflación que se consiga. Si para enero está en 5 y a la baja, se puede cumplir; si está arriba de 6, es imposible”. Para el kirchnerismo es crucial amesetar el índice de precios hacia el año próximo por una cuestión de identidad política y de vinculación con su electorado. Según un informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), liderado por Hernán Letcher, entre 1946 y 2021 hubo ocho elecciones que se realizaron en un contexto de inflación superior al 50%. De ellas, solo en dos triunfaron los oficialismos, pero con una salvedad: en 1985 había pasado del 31% en julio al 2% en septiembre por el Plan Austral; y en 1991, cuando se registró una inflación de 171%, pero con el antecedente del año anterior de 2314%. Es decir, es condición para ganar, tener una inflación controlada, o encaminarse a hacerlo.

Ahora se avecina la tercera disputa interna, que promete ser mucho más dura que las anteriores: el debate por la suma fija para los trabajadores registrados. Después de la sensación de insuficiencia que dejaron las medidas anteriores, el kirchnerismo está totalmente dispuesto a militar esta causa, a pesar de que Massa no está convencido porque sabe que si habilita un incremento especial para los privados, después vendrá el reclamo de los estatales y de los municipales, además de dejar afuera a los monotributistas. En definitiva, más aliento a una inflación que ahora sí lo tiene como principal responsable. El tema generó una discusión interna en el oficialismo al principio de esta semana. “Sergio lo va a tener que hacer porque si no ponés algo más de plata antes de fin de año vas a tener un problema grave de pobreza en los indicadores del segundo semestre”, reseñan en La Cámpora. Se aferran a otro informe del CEPA que muestra que la mediana de los trabajadores (es decir, la línea que divide en mitades la masa laboral) está 10 puntos debajo de la línea de pobreza.

Alberto Fernández ya mandó a decir que está definitivamente en contra y que solo piensa en un bono por única vez, pero también ya lo había hecho con las medidas anteriores. Kelly Olmos fue su vocera, en sintonía con la CGT, que teme afectar sus paritarias. “Alguien va a terminar claudicando, porque está claro que las posturas son contrapuestas”, admiten en el Gobierno. Juega acá otro factor importante: la relación entre el Presidente y Massa no atraviesa un buen momento, a pesar de las gestualidades públicas. Fernández piensa que Massa lo quiere arrinconar en la irrelevancia al proponer una mesa política de conducción y avalar la eliminación de las PASO. El ministro, en tanto, lo acusa de frenarle todas las propuestas. “Es el señor ‘no’”, lo grafican. Ahora compartirán el vuelo a Indonesia para el G-20, porque como dicen en el entorno presidencial, “si querés ganarte un viaje, peléate con Alberto, así te invita a acompañarlo en sus giras”.

Cuando estén en el avión de regreso, Cristina se subirá a un tablado especial en el estadio Único de La Plata para demostrar no solo centralidad, sino mística y emoción. A falta de dinero, buena es la épica. Reestrenará la estética que utilizó en su campaña de Unidad Ciudadana de 2017, con un escenario que se interna en el público y que la exhibirá como única oradora. Para algunos, alentará la expectativa de su postulación, como hizo en la UOM. En cualquier caso, ya decidió encargarse del rearmado político para 2023, después de este fallido Frente de Todos. Construcción y reconstrucción de la misma autoría; oficialismo y oposición en una misma persona. No quiere quedar asociada con la actual gestión frente a su feligresía. El resto de la sociedad ya no lo cree. En la tarea, puede tener un aliado: Massa. Seguro tendrá un enemigo: Alberto Fernández. El Presidente está resuelto a no despejarle el camino. Ya demostró que tiene instrumentos para hacerlo.

La película de Macri

En la vereda de enfrente, Juntos por el Cambio hizo algún esfuerzo para evitar los papelones de las semanas anteriores, aunque el desayuno del Pro haya sido pura gestualidad. Allí Larreta y Bullrich prometieron no violar las reglas de competencia interna. Difícil que ocurra; la relación pasó de la rivalidad al enfrentamiento personal, y quienes los conocen hablan de un vínculo irrecuperable. La novedad más importante es que Macri ya no se preocupa tanto en recomponer, en parte porque ya no los puede controlar, y otro tanto porque no le interesa demasiado. Cada vez piensa más en su propio camino. En las reuniones privadas expone cada vez con menos rubor lo que haría si volviera a la Casa Rosada. Hay un dato en esa línea: hace ya varios meses un cineasta británico está filmando una película sobre su vida. Así lo vieron grabando escenas en la sede del gobierno porteño y en su casa. Pero lo que no estaba tan claro era el sentido del proyecto. Si bien tiene un tono biográfico, el documental busca retratar cómo un líder político toma la decisión de ser candidato, cómo pasa por los distintos estadios de evaluación hasta que decanta en una definición. No se sabe si el artista inglés apuesta a un final con anuncio presidencial, o si tiene una alternativa por si Macri desiste.

Facundo Manes, este miércoles en Córdoba

También en el radicalismo hay movimientos importantes, especialmente porque Facundo Manes ingresó en un período de profunda revisión de su proyecto presidencial. Su embestida contra Macri lo dejó aislado dentro del partido y, según midieron en su propio equipo, lo impactó en forma negativa. Contrató a Sergio Doval, de la consultora Taquión, como nuevo asesor , en un intento por redefinir sus próximos pasos. Manes solo está seguro de que no irá a la provincia de Buenos Aires, y de que no quiere ser vicepresidente. Pero sabe que necesita repuntar en intención de voto y llegar al menos a dos dígitos para el inicio del próximo año; en caso contrario, evaluará otros rumbos que podrían mostrarlo escindido del radicalismo. La decisión de Manes es clave porque es el único postulante que se resiste a pactar una fórmula como segundo del Pro. Morales, Martín Lousteau y Gustavo Valdés se sienten cómodos cerca de Larreta, y Alfredo Cornejo no deja de sacarse fotos con Patricia Bullrich.

La política argentina adoptó una dinámica basada en la polarización, la fragmentación y la elección. Sin esos activadores, no se mueve. Los mensajes de Rajoy y de Felipe González esperarán en la botella hasta nuevos tiempos, otras orillas.

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