La semana que viene se estrena El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, la nueva película de Tim Burton basada en la novela para adultos jóvenes de Ramson Riggs que en 2011 fue un inesperado éxito de ventas.
Apoyada en una serie de fotografías vintage encontradas en un mercado de pulgas, que Riggs usó como inspiración para la trama de la historia, El hogar… presenta a un conjunto de chicos clásicamente burtonianos, freaks con poderes especiales y particularidades imposibles –bocas en la nuca, la capacidad de salir volando o controlar el fuego– que viven protegidos al cuidado de una directora estrafalaria en una isla de Gales atrapada en el tiempo. Las críticas no han sido demasiado elogiosas pero hay una coincidencia: Eva Green, que protagoniza como Miss Peregrine, se roba cada escena y está a un paso de convertirse en la estrella oscura que hace tiempo merece ser.
En el inabarcable mundo de la literatura para adultos jóvenes los géneros se multiplican al infinito y la calidad de los libros es un verdadero vértigo de algunos textos hermosos y otros insultantes, con frecuencia mezclados en un montón agotador. Como todo fenómeno masivo hay que seleccionar en una búsqueda del tesoro que puede resultar agobiante. Pero a veces algunos libros se destacan gracias a métodos de escritura o estrategias de marketing que los diferencian, los hacen brillar en medio de las secciones saturadas de las librerías. Uno de esos libros fue, en 2011, El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, escrito por un autor muy joven, Ramson Riggs, que era blogger en el popular sitio mentalfloss.com y había publicado un muy entretenido manual sobre Sherlock Holmes para Quirk Books.
El hogar de Miss Peregrine… era básicamente un libro distinto por su concepción y su apariencia. Aunque hay muchos libros de género fantástico para jóvenes adultos que eligen a protagonistas raros, muertos vivos, vampiros, monstruos de todo tipo, pocos lo hacen con una estética vintage. Y en Miss Peregrine esa estética está por delante de todo, incluso de la trama. De chico, Riggs vivía en Florida –el estado se está convirtiendo de a poco en una verdadera cantera de escritores de lo extraño, quizá sean los pantanos, los huracanes y cierto aire de decadencia: pero ésa es otra historia– y con su abuela recorría mercados de pulgas en los que se fascinaba, con cierta repulsión propia del coleccionista de curiosidades, por las fotos antiguas. Fue el comienzo de una atracción que muchos años después lo llevó hasta una caja de fotos del siglo XIX entre las que había imágenes muy extrañas, algunas raras por efecto de las miradas a veces perdidas resultado de la exposición larga –tomar una foto entonces llevaba mucho rato– y otras sencillamente excéntricas, trucadas, con efectos inexplicables. Riggs, como todo coleccionista, tiene una especialidad y la suya son las fotos fantasmagóricas, misteriosas, las que da un poco de miedo mirar, las que parecen protagonizadas por personas que guardan un secreto que mejor no conocer. Las fotos que encontró eran anónimas y tampoco tenían un contexto con el que relacionarlas. Y muchas eran de chicos. Dos niños, por ejemplo, parados uno frente al otro, vestidos de blanco, con las cabezas ocultas bajo máscaras-bolsas blancas: uno le saca una serpentina de la boca al otro. ¿Por qué? ¿Es una fiesta? ¿Un juego? Dos chicas de pelo larguísimo, quizá de 12 años, paradas en el estudio de espaldas a la cámara, mirando un fondo de cartón pintado que representa un paisaje marino. ¿Quién pagó por este artificio, quién tenía el dinero para fotografiar a estas adolescentes sin caras en un mundo donde sacarse una foto era un acontecimiento que no podía desperdiciarse así? Una niña vestida al estilo flapper que, cuando se mira la foto de cerca, parece estar flotando; y su cara expresa todo menos alegría (terminó siendo la tapa del libro). Un hombre joven sin cabeza y con los brazos cruzados, las manos con guantes: parece apenas ropa suelta, el cuerpo invisible. Una extraña foto trucada donde un perro boca arriba, que ofrece la panza para la caricia, tiene superpuesta la cara de un niño. Riggs tuvo una idea: usar estas fotos y muchas más como hilo conductor de una novela; le llevó la idea a Quirk y el libro terminó durante más de sesenta semanas entre los best-sellers del New York Times. La semana que viene, se estrena la adaptación al cine de Tim Burton que obviamente se sintió atraído por el freak chic de estas imágenes sepia –Burton casi que inventó esta sensibilidad, se puede decir– y hasta quizá vio al libro como una manera de reinventar su carrera que desde hace un tiempo trastabilla, al menos creativamente.
¿Pero qué historia armó Riggs para las fotos encantadas que encontró en una caja? La de un adolescente de Florida llamado Jacob cuyo abuelo es asesinado brutalmente en el bosque: a él le dicen que fueron perros salvajes, pero los lectores sabemos que el asesino fue una criatura sobrenatural. El abuelo, Abraham, solía contarle a su nieto que, de chico, había sido llevado a una isla en Gales para vivir con otros niños “peculiares”: una chica que podía controlar el fuego, otra que flotaba y había que atar a un árbol como un globo de helio, otro que podía devolver a la vida a seres pequeños, otro invisible, todos al cuidado de Miss Peregrine, la directora del instituto de chicos peculiares, capaz de convertirse en ave (en un halcón peregrino, de ahí el nombre). Después del crimen, Jacob y su padre deciden viajar a la isla de Cairnholm como un homenaje al anciano. Y Jacob encuentra a la directora y a los niños, que siguen vivos porque se encuentran “atrapados” en un bucle del tiempo, detenidos en un día, el 3 de septiembre de 1940. Abraham escapó de este bucle. Y ahora Jacob vuelve para conocer a los compañeros de crianza de su abuelo: Olive, que levita y debe usar zapatones de metal para poder quedarse en la tierra, Hugh que tiene el cuerpo lleno de abejas, Horace que sueña con el futuro y la más importante de todos, Emma, la chica que controla el fuego, novia de Abraham en los años ‘40 y nuevo amor del nieto. La fábula se complica cuando al joven Jacob se le informa que heredó de su abuelo la capacidad de ver y en consecuencia luchar contra los “huecos”, los seres que persiguen a los niños. Y entonces empieza la acción.
La novela, que se ve increíble gracias a las fotos, no funciona tan bien como narración y hasta es un poco confusa –la reseña de Los Angeles Times señaló que lo mejor eran las imágenes, con evidente sarcasmo– pero es entrenida, crea su propio mundo y su influencia más obvia son los desgraciados niños victorianos de Edward Gorey y libros como Wisconsin Death Trip con sus fotos de personajes desolados. También, claro, hay ecos de Harry Potter y de Mary Poppins. Ya tiene varias secuelas –Hollow City de 2014 y Library of Souls de 2015, también un libro de relatos, Cuentos extraños para niños peculiares, que acaba de publicar en Argentina Penguin Random House – y la película de Tim Burton posiblemente reflotará el mundo Riggs. Aunque las primeras reseñas en Estados Unidos no resultaron, hasta ahora, demasiado halagadoras.
CANCIONES PARA NIÑOS RAROS
Éste es un momento complicado para Tim Burton. Su musa, Johnny Depp, está inmerso en un divorcio horrible, acusado de violencia de género, metido en un evidente problema de alcoholismo y obligado a comprar el silencio de su ex, Amber Heard, por siete millones de dólares –que ella donó a organizaciones que trabajan con mujeres golpeadas–. No queda mucho de freak simpático en Johnny Depp: en esta época lo que sucede fuera de la pantalla resulta imposible de controlar y apaciguar. Burton también se separó de su gótica esposa Helena Bonham-Carter (la Bellatrix Lestrange de Harry Potter) que en los últimos años, desde que se conocieron en la remake de El planeta de los simios, fue otro rostro obligado y característico. Pero eso ni siquiera es lo más problemático: sus películas hermosas, ésas que inventaron el chic freak quedan cada vez más lejos: Beetlejuice es de 1988 (Burton va a encarar una secuela en los próximos años), El joven manos de tijera es de 1990 (la película que marcó a la década y definió las historias de amor excéntricas gracias a Johnny Depp y Winona Ryder en su momento icónico) y las notables Marte ataca!, y Ed Wood, por ejemplo, ya tienen veinte años. Sí, hay películas rescatables de Tim Burton desde entonces: la colorida Charlie y la fábrica de chocolate tenía grandes momentos, la adaptación de Sweeney Todd le permitía a Johnny Depp desencadenar una oscuridad explosiva y el El Gran Pez tenía encanto y cierta intimidad. Pero otras apuestas, como El planeta de los simios o especialmente Alicia en el país de las maravillas y mucho más Big Eyes, la fallida biografía de la pintora Margaret Keane resultaron películas desenfocadas, lindas pero aburridas, profesionales pero descuidadas. Cuando la magia se evapora especialmente en la visión de un realizador que ofrecía el asombro, la ternura, la belleza en el corazón de lo triste, lo abandonado y lo despreciado la sensación es de decepción, como la pérdida de una amistad, como el olvido del nombre del primer amor. En su reseña de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, Kathy Puchko de cbr.com dice: “Con los años y la acumulación de películas que no funcionan, esperar la nueva de Tim Burton ha dejado de ser una tradición divertida para convertirse en una sesión de tortura donde me doy cuenta de cuán imaginativos, maravillosamente raros y emocionalmente ricos fueron alguna vez sus filmes sólo para enfrentarme a lo mediocres, inexpresivos y autoplagiarios que son hoy”. Es una crítica brutal que incluye cierta frustración de fan. Rolling Stone fue más amable: la película se cae, dice la reseña, pero tiene destellos del genio de Burton. ¿Es todo lo que se puede esperar de él hoy? Stephanie Zacharek, en Time, se pregunta adónde se fue el don para contar historias de Burton. Otros medios, como The Guardian, fueron más positivos. Dictamen: no gustó, tampoco es un desastre, podría ser mejor. Hay que decir que la objeción sobre que la trama es “confusa” es un defecto de origen: también lo es en la novela.
El material de Miss Peregrine, con sus niños desgraciados en la isla, poderosos pero condenados, resultaba ideal para Burton que incluso publicó anticipos de producción en el New York Times, con hermosísimos storyboards que recordaban a las ilustraciones del Chico Ostra: le decía al diario que creía haber encontrado con una fábula moderna, habló del proceso de cásting y del meticuloso diseño de personajes con un entusiasmo renovado. Para los críticos no alcanzó pero todos destacan, sin embargo, a la nueva musa de Burton: al fin alguien se dio cuenta de lo misteriosa, sugerente y magnífica que es Eva Green, la Miss Peregrine a cargo de los chicos, una belleza que puede ser desenfrenada y recatada al mismo tiempo, su pelo negrísimo, su piel blanca, los ojos azules, una Blancanieves dark, la nueva diosa gótica, la mujer que viene siendo lo mejor en todas las películas bastante malas que la tuvieron entre su elenco desde que debutó y dejó tendales de corazones destrozados en Los soñadores, la película de 2003 de Bernardo Bertolucci.
Y UN DIOS NOCTURNO CREO A LA MUJER
Eva Green, que ya había trabajado con Burton en Sombras tenebrosas de 2012, es francesa, tiene 36 años y en 2006 fue Vesper Lynd, la trágica chica Bond de Casino Royale, la que muere enamorada del 007 y lo deja transtornado. “Muero mucho en las películas y me dan papeles muy oscuros”, dijo ella en una entrevista reciente. Y después, con su sonrisa de dientes voraces y su extraordinaria gracia agregó: “No sé por qué”. Fue Morgan en la fea serie Camelot de 2011: nada funcionaba pero a ella el personaje de la antagonista mágica del rey Arturo le quedaba genial. Mucho mejor era su papel de Miss G. en Cracks (2009), una película con lejanos ecos a Miss Peregrine donde era la atractiva profesora de natación en un internado para chicas británico, una joven instructora fascinante que se obsesionaba sexualmente con una alumna española y desataba todo tipo de crueldades: la película pasó algo desapercibida aunque tiene un aire a Criaturas celestiales, esos amores femeninos tóxicos y abigarrados. Fue una predecible pero efectiva mujer fatal en Sin City 2 (prohibieron por demasiado hot el póster de la película que la tenía como protagonista) y la atrevida enamorada de la muerte Artemisia en 300: Rise of The Empire, la mediocre secuela de 300 de Zack Snyder. Pero el personaje que la encontró en su mejor momento, que la envolvió y la devolvió al juego sacándola de secuelas y películas olvidables fue Vanessa Ives en la serie de Showtime Penny Dreadful (2014-2016), una bestial fantasía gore victoriana protagonizada por médiums, Frankenstein, Dorian Gray, Drácula y Mina Harker, el Dr. Jeckyll y toda la fauna egiptóloga y ocultista del Londres decimonónico literario y sensacional. Ahí Eva Green es medium y trajinadora de otros mundos, vestida de negro, sexy y monacal, asaltada por espíritus, huésped físico de un demonio milenario: trabaja para el bien y enamora pero su vida es puro tormento. La serie terminó después de tres intensas temporadas: la liberó, la posicionó y le dejó el terreno para ser la diva que quiera ser. “Cuando me encasillan como ‘misteriosa’”, dice ella, “supongo que es porque tengo pelo oscuro y soy francesa. Pero es verdad que soy un poco descastada, a mi manera. Siempre me sentí distante de los demás. Como si flotara. Me gustaría ser más terrenal.” Esa cualidad, etérea pero densa, la llevó a interpretar tantas hechiceras. Y ahora a esta institutriz vestida de negro que puede metamorfosear en halcón, otra irresistible bruja de ojos azules.
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