Gustavo González
Así como la oposición atraviesa un debate de fondo que en la superficie se traduce como una pelea de formas entre palomas y halcones, en el oficialismo pasa lo mismo.
Lo que está en disputa en ambas coaliciones es cuál será el sistema de gobernanza que garantice gobernabilidad y permita un crecimiento sostenible del país.
En la columna de la semana pasada decía que esa era la verdadera diferencia que separaba a opositores como Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Facundo Manes, de otros como Mauricio Macri y Patricia Bullrich.
En la alianza de gobierno, lo único que cambian son los nombres, pero la controversia es idéntica. Están quienes consideran que se necesita conformar una nueva alianza política que refleje a una mayoría ampliada de la sociedad (65%/70%) y quienes creen que se debe gobernar con la representación de una amplia minoría (40%/45%) y el valor suficiente para imponerle al resto un programa virtuoso de gestión. Una gobernanza por consenso o una gobernanza por imposición, esa es la cuestión.
El destino político de ambos está atado a los resultados de esta política económica
Peronismo, no cristinismo. Alberto Fernández está convencido, o las personas que más lo conocen dicen que está convencido, de que la única forma de destrabar la política argentina es alcanzando un acuerdo poselectoral con referentes antigrieta de la oposición.
—¿Cómo lo haría? En estos cuatro años no lo hizo, salvo el breve período del comienzo de la pandemia.
—Por eso se necesita ir a unas PASO, para competir con los sectores extremos de nuestro espacio. Debemos demostrar que se les puede ganar y que ya no podrán condicionar a un presidente peronista.
—En la oposición también están los que promueven una gobernanza por consenso frente a quienes, como Macri o Bullrich, proponen una por imposición…
—Es cierto que el próximo gobierno deberá buscar un consenso mayoritario. Pero para hacer los cambios que hacen falta se requiere un acuerdo de tal magnitud que solo un peronista en el poder sería capaz de hacer.
En boca de un albertista, hoy la palabra “peronista” no incluye la acepción “cristinista”. Pero sí al peronismo del Frente Renovador, que lidera Sergio Massa. Con él hay un acuerdo de hecho: la suerte del Presidente y su ministro está atada al resultado de esta política económica.
No es casual que esta semana se difundiera un spot de gestión que concluye con la imagen que ilustra esta columna.
Si el Presidente llega mejor, SM apoyaría su candidatura. Si es al revés, quien apoyaría sería AF
Otros dirigentes con los que se ejemplifica cómo se integraría un peronismo moderado en el poder son gobernadores como Uñac, Perotti y Bordet. También se menciona a los flamantes precandidatos presidenciales Schiaretti y Urtubey, impulsores de una tercera vía junto a otros peronistas como Alberto Rodríguez Saá, Randazzo y Graciela Camaño.
El ministro repite, en público y privado, que no será presidenciable por más que logre bajar la inflación. Dice lo que tiene que decir alguien que fue convocado para apagar un incendio y para el cual una postulación prematura podría sonar a ambiciosa frivolidad. Además de sumar otro conflicto a la interna oficialista, que tanto ruido genera sobre la economía.
Candidatos. Massa sigue argumentando que, por más chances que pudiera tener, eso es lo que le prometió a su familia. Un argumento razonable en otras actividades, pero que en política parece creatividad discursiva. Sobre todo, si es el esposo de Malena Galmarini, quien ya se lanzó a la carrera por la intendencia de Tigre.
En el massismo recibieron la instrucción de no hablar de candidaturas. En general, lo respetan. Pero cada vez que aparece un dato positivo atribuible a la actual gestión económica enumeran los “éxitos” del ministro en tono de campaña. Y cuando se les pregunta sobre qué estilo de gobierno requiere el país, recuerdan que “es Massa quien viene insistiendo en que se necesita acordar diez puntos básicos para ir a un crecimiento sustentable”.
Se refieren al llamado a un “gran acuerdo poselectoral” que el propio Massa hizo antes de los comicios de 2021 y que nunca se llevó a cabo. Eran diez puntos que incluían temas como deuda, planes sociales, energía y la construcción de un modelo exportador.
Como el ministro se autoprescribe el silencio, no puede decir que esos diez puntos son los mismos que él seguiría poniendo sobre la mesa para negociar un consenso transpartidario si algún día le tocara ser presidente. Algo que ya dijo que no va a intentar.
La exitosa serie que explica la grieta
Cuando hace un año, en el reportaje con Jorge Fontevecchia en PERFIL, Alberto Fernández avisó por primera vez que podría ir por la reelección, el Massa diputado dejaba trascender que, si eso ocurría, él se abstendría de competir con el Presidente. Aclarando que solo lo haría si Alberto decidiera no presentarse.
Hoy las cosas habrían cambiado.
No tanto por el supuesto paso al costado de Massa, sino porque en la Casa Rosada se da por cierto un acuerdo reservado al que habrían llegado Presidente y ministro: si para el momento de las candidaturas, quien está mejor posicionado para competir es Massa, el actual mandatario lo acompañaría. Y si es al revés, sería el ministro quien acompañe la reelección de AF.
La ilustración de esta columna podría ser un anticipo de esa alianza electoral.
Coincidencias cruzadas. La lógica del acuerdo es que ambos coinciden en que la próxima administración requerirá del consenso con sectores de la oposición (que son los sectores opositores que piensan lo mismo, pero ubicándose ellos en el rol de gobierno) para transmitir previsibilidad y aprovechar lo que, sostienen, sería un período de viento de cola. Hablan de Vaca Muerta, el gasoducto, Lula, la minería en general y el litio en particular, el campo, los precios internacionales, etcétera.
Que también es una enumeración similar a la que hacen aquellos sectores moderados de Juntos por el Cambio. La diferencia es que estos opositores piensan que son los únicos que pueden hacer explotar ese potencial, con la colaboración –desde el Congreso o desde cargos– de sus pares moderados del peronismo.
Así como en JxC se prevé un duelo en las PASO entre moderados (Larreta) y polarizados (Bullrich y/o Macri), la salida de Cristina de la competencia oficialista abre el interrogante de si habrá algún halcón cristinista enfrentando a un Alberto Fernández o a un Massa.
En el cristinismo predomina la creencia de que con Cristina hubiera sido difícil ganar, pero que sin ella parece imposible. El problema es que, al igual que los sectores más extremos del macrismo, los del oficialismo están convencidos de que la moderación es sinónimo de tibieza y fracaso. Y que el país requiere de cambios drásticos que solo se conseguirán imponiéndolos.
Por eso, el dilema cristinista es cómo conciliar electoralmente con dirigentes como el Presidente y el ministro, que piensan lo contrario. ¿Compitiendo con ellos en las PASO a través de Wado de Pedro o Kicillof, a riesgo de perder la provincia de Buenos Aires? ¿O apoyar a Massa, en el caso de que domara la inflación, negociando cargos y rezando para que no los traicione?
Hay una duda adicional que le cabe tanto a la interna oficialista como a la opositora: ¿la gran diferencia de fondo que existe dentro de cada coalición sobre el estilo de gobernanza de la próxima administración podría ocasionar rupturas y producir alianzas distintas a las que hasta ahora se conocen?
Son las preguntas que hoy se repiten en el círculo rojo de la política y de cuyas respuestas dependerá el futuro del país. Falta poco.
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