Sacerdocio: La crisis de vocaciones impacta en la Iglesia

Sacerdocio: La crisis de vocaciones impacta en la Iglesia

Las cantidad de seminaristas se redujo casi a la mitad en los últimos 15 años en el país. En 2016, la Arquidiócesis porteña sólo recibirá a 15 candidatos. Razones. 

En este año, 2016, sólo tres seminaristas se ordenarán sacerdotes y serán integrados en la Arquidiócesis de Buenos Aires. La cifra, en una jurisdicción eclesiástica que contiene más de tres millones de habitantes y que fue la casa de origen del actual Papa, marca un declive sin precedentes del sacerdocio como elección para la vida consagrada. Este diagnóstico sombrío que atraviesa la iglesia diocesana también se traslada en la mayoría de las órdenes religiosas, que padecen la crisis de vocaciones sacerdotales. La consecuencia del fenómeno es que varias parroquias del Gran Buenos Aires y del interior del país no tienen la cobertura de un sacerdote permanente -y va de vez en cuando, para cuestiones administrativas o dar los sacramentos, pero no vive en la parroquia-, o algunas diócesis convocan a sacerdotes extranjeros, de Polonia o en países de reciente evangelización como Corea del Sur, donde el crecimiento es sostenido. Algunas congregaciones religiosas en crisis, por su parte, entregan las parroquias a las diócesis de su jurisdicción, porque el cura falleció o fue trasladado y ya no tienen nuevos curas de reemplazo para ocuparlas.

Si se observan las estadísticas de la OSAR (Organización de seminarios de la Argentina) el declive el constante. De los 1.501 seminaristas que estudiaban para ordenarse sacerdotes en 1999 en el país la cifra se fue reduciendo hasta llegar a 827 en el año 2014. En el caso del Seminario Metropolitano de la Arquidiócesis de Buenos Aires, con sede en Villa Devoto, este año la nómina será de 80, con sólo 15 nuevos ingresos, tres de ellos proveniente de las villas de la ciudad y el Gran Buenos Aires.

La designación de un Papa argentino, justamente de la Arquidiócesis de Buenos Aires, con la idea de la “Iglesia en salida”, “misionera” para transmitir “la alegría del Evangelio”, no pudo, todavía, atenuar la caída en las vocaciones consagradas. El fenómeno que se advierte en la Argentina es común en la Europa secularizada, pero no en Latinoamérica, y mucho menos en Asia y África, donde la tasa de asistencia a la misa semanal es alrededor del 70% en la población católica frente al 20% del viejo continente, según un informe de 2015 del Centro de Investigación Aplicada en el Apostolado (CARA).

El padre Julio Miranda, rector del seminario metropolitano, admite las dificultades. “Por ahora Francisco no tuvo repercusión en los ingresos. Estos son movimientos históricos que llevan tiempo para plasmarlo. En los años ‘80, que era un boom de vocaciones, había 200 seminaristas y luego fue decreciendo. En otras épocas el sacerdote era una distinción social, la figurita linda de la familia. En este momento es un servicio al pueblo de Dios, a la gente, en función de un llamado que muchos no entienden. No siempre los padres aceptan con alegría cuando su hijo les plantea el que será sacerdote”, afirma el padre Miranda a Clarín.

Un sacerdote que forma seminaristas en la jurisdicción eclesiástica de Buenos Aires, que pidió no ser mencionado, cree que más allá de los factores “exógenos”, como la secularización de la cultura contemporánea y de que “el ideal del celibato sacerdotal ya no es valorado”, existe una resistencia a reconocer factores internos. “El seminario es una institución obsoleta y las reformas para a modernizarlo ya no alcanzan. Como cualquier ambiente de internado, tiende a producir efectos regresivos en las personas, y en este contexto, la actividad no estimula la madurez psicológica, el sentido de responsabilidad, la libertad interior.

El seminarista se mueve casi siempre en ambientes eclesiásticos, sin suficiente contacto directo con el mundo exterior, y esto desemboca generalmente en una visión clerical, que pone a la Iglesia (no necesariamente a Cristo) como la referencia central para comprender el mundo”, afirma el sacerdote. El seminario dura ocho años. Se inicia con un curso introductorio, seis años de Filosofía y Teología con un semestre de experiencia pastoral en la parroquia, y el diaconado, que deja al candidato ya listo para su ordenación. En general, cerca del 60% de los que inician el curso introductorio llegan a ordenarse.

“Cada uno que se acerca tiene la intuición de que Dios lo llama, pero hay muchos ojos viendo si reúnen las características habituales de ese llamado. Hay un tiempo de charla, jornadas de oración, discernimiento. Y si la cosa no está, se le pide que busque por otro lado. El seminario es como un noviazgo. Si uno se da cuenta que la cosa no va, no va. Las condiciones de vida no son fáciles. Vivir el celibato, la pobreza, la obediencia... Pero seguir la vocación será lo que los haga felices”, concluye el padre Miranda. En la tradición eclesiástica, las nuevas vocaciones llegaban desde colegios religiosos, parroquias, en jornadas de oración o la vida de fe que se transmitía en las familias. Pero los grupos juveniles parroquiales son cada vez más reducidos y el contínuo proceso de descristianización -además del éxodo hacia otras confesiones- marca una crisis epocal que impacta en la Iglesia.

“Es cierto que el mundo va más rápido que las propuestas que nosotros planteamos para el camino sacerdotal -admite el padre Julián Antón, director del Instituto Vocacional San José, introductorio al seminario de Buenos Aires-. Pero también cambió el perfil de las vocaciones. Hoy los jóvenes llegan al seminario prácticamente solos, sin una familia detrás o con padres ausentes. El clima de fe en los hogares ya no está. Pero si decidieron venir es porque ya hicieron una búsqueda seria, una elección sólida, que es mucho más compleja que la elección de una profesión”.

Los formadores de los seminaristas aceptan que todavía no hay signos de vitalidad y renovación, que pueda revertir el deterioro en las vocaciones sacerdotales. Ni en la Argentina ni en la misma Arquidiócesis que dio un Papa para el comando de la Iglesia Universal. Quizá las respuestas, más que en la sociedad secular, estén en la propia realidad eclesial.

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