La prensa mundial la conocía como "Gaby C.", pero ahora se sabe que la reclusa argentina que prepara las hostias con las cuales el papa Francisco celebra misa en Santa Marta se llama Gabriela Caballero, tiene 38 años y está hace tres en la unidad 47 de la cárcel de San Martín.
El obispo de la localidad bonaerense de San Isidro, monseñor Oscar Vicente Ojea, participaba de la mesa aquel día y le habló al Papa de Gabriela, que cumple una pena de siete años, y de su singular emprendimiento.
"Le entregué al Papa la carta y las fotografías que le había mandado Gabriela", recuerda monseñor Ojea.
"El Papa quedó muy impactado por el hecho de que esta muchacha hiciese las hostias con las cuales celebramos misa, tomó el paquete sin abrirlo y lo llevó personalmente al apartamento".
"El 18 de julio Francisco celebró la misa con algunas de estas hostias y el 19 escribió una carta manuscrita breve de agradecimiento a Gabriela", agregó.
"Lo que más me impresionó de la carta del Papa, comenta moseñor Ojea, es la frase en la cual dice estar seguro de que ella reza por él. Me impactó que el Santo Padre se sienta seguro de una persona insegura privada de su libertad. Es casi una paradoja: sentirse seguro con el rezo de una persona que está sufriendo".
En la única entrevista concedida por Gabriela, junto a su ángel custodio, el capellán padre Jorge García Cuerva, la muchacha recuerda que el sacerdote fue quien le comunicó telefónicamente que el Papa había respondido con una carta personal.
"Yo conozco a monseñor Ojea, dice Gabriela, porque viene a vernos a menudo. Cuando supe que iba a ver al Papa no tuve duda alguna: era la ocasión para obsequiarle al Papa algunas de nuestras hostias artesanales y algunas fotografías de nuestro taller".
"Sinceramente no imaginaba que me iba a responder, continúa la mujer, no quería hacerme ilusiones. Le escribí al Papa una carta y mis compañeras me decían: el Papa te responderá. El responde a todas las cartas".
"Este Papa quiere llegar a todos y donde sea. Quiere estar cerca de la gente, del pueblo y nosotros somos pueblo. Estamos acostumbrados a ver papas muy estructurados. Este es distinto, fuera de lo común, es todo lo contrario", relata la muchacha.
Gabriela cuenta en la entrevista la historia del taller donde trabaja con otras compañeras de celda y subraya: "Usamos máquinas y utensilios muy viejos, que nos prestaron algunas religiosas. Las nuestras son ostias artesanales, porque no hay nada digital como se usa hoy. Salen grandes o pequeñas pero después les hacemos el corte preciso. Me ayuda Graciela Cabrera, que viene de otro oficio carcelario donde ella trabaja".
Y volviendo a la carta del Papa, Gabriela comenta: "me hizo feliz saber que era una respuesta sólo para mí. Leer 'querida Gabriela' fue impactante para mí, privada de la libertad en un lugar con tantas horas oscuras. Estoy feliz de saber que desde una cárcel se puede llegar al Vaticano".
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